Crítica literaria
La otra tarde se me apareció, con qué bulla, y entre vahos violentos, el demonio.
–Ya venís a joder, vos.
–Estoy aburrido –se defendió.
Le puse, para que se entretuviera, un devedé que había comprado en la calle, o sea un devedé pirata, un devedé “me–rehúso–a–pagar–veinte–tuquis–en–blockbuster–especialmente–con–lo–mal–que–me–trató–la–otra–vez–el–dependiente–pendejo–y–además–sólo–están–las–películas–chafas–porque–las–otras–siempre–andan–alquiladas”. Uno de esos devedés.
El demonio se estableció en la cama, ocupándola toda, se puso a ver la lica. Yo me fui al cuarto de al lado, a escribir. Un artículo, para una revista, sobre elecciones, y candidatos, irónico, aceitado, empachante, como gustan.
Cuando volví al cuarto, ya estaba bien dormido, el demonio; una roncadera. En realidad, me conmovió verlo así, tibio, blando: los párpados de oro; las alas rojas; hermosas zigzagueantes barbamarillas naciéndole, prorrumpiéndole de los hoyitos de la nariz; los dientes menudos y afilados; el rostro protuberante de hueso; tres bocas; un vientre peludo; once senos; en lugar de pies, garras; un cierto temperamento aristocrático y lánguido; las cuencas de los ojos vacías; los brazos fornidos, como de camionero; una lanza enorme en una mano; una guitarra eléctrica en la otra; espada en el cincho; un ano justo en medio del pecho; y encima, adheridos al cuerpo, unos huevos como de pescado, pequeños, transparentes y glutinosos; y se me olvida: la abertura en el cuello, como si lo hubiesen degollado, y un aspecto general de perdedor.
Lo desperté.
–Ya. Hora de irse.
Se levantó, no sé si molesto. Cuando pasó al lado de la librera, notó el libro de Milton, con resignación me dijo:
–Puras muladas.
Cerré la puerta, fastidiado.
(Columna publicada el 10 de mayo de 2007.)
–Ya venís a joder, vos.
–Estoy aburrido –se defendió.
Le puse, para que se entretuviera, un devedé que había comprado en la calle, o sea un devedé pirata, un devedé “me–rehúso–a–pagar–veinte–tuquis–en–blockbuster–especialmente–con–lo–mal–que–me–trató–la–otra–vez–el–dependiente–pendejo–y–además–sólo–están–las–películas–chafas–porque–las–otras–siempre–andan–alquiladas”. Uno de esos devedés.
El demonio se estableció en la cama, ocupándola toda, se puso a ver la lica. Yo me fui al cuarto de al lado, a escribir. Un artículo, para una revista, sobre elecciones, y candidatos, irónico, aceitado, empachante, como gustan.
Cuando volví al cuarto, ya estaba bien dormido, el demonio; una roncadera. En realidad, me conmovió verlo así, tibio, blando: los párpados de oro; las alas rojas; hermosas zigzagueantes barbamarillas naciéndole, prorrumpiéndole de los hoyitos de la nariz; los dientes menudos y afilados; el rostro protuberante de hueso; tres bocas; un vientre peludo; once senos; en lugar de pies, garras; un cierto temperamento aristocrático y lánguido; las cuencas de los ojos vacías; los brazos fornidos, como de camionero; una lanza enorme en una mano; una guitarra eléctrica en la otra; espada en el cincho; un ano justo en medio del pecho; y encima, adheridos al cuerpo, unos huevos como de pescado, pequeños, transparentes y glutinosos; y se me olvida: la abertura en el cuello, como si lo hubiesen degollado, y un aspecto general de perdedor.
Lo desperté.
–Ya. Hora de irse.
Se levantó, no sé si molesto. Cuando pasó al lado de la librera, notó el libro de Milton, con resignación me dijo:
–Puras muladas.
Cerré la puerta, fastidiado.
(Columna publicada el 10 de mayo de 2007.)
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