Zona cero
Cuando lo del 11 de septiembre, escribí un poema, que luego fue publicado en Magna Terra. Me parece que los escritores sobre la faz de la tierra experimentamos por igual el deseo contundente de decir algo sobre el suceso, pero la verdad sabíamos en mayor o menor escala que todo estaba más que dicho, o más angustiante aún, que todo, absolutamente todo, estaba por decirse. Ese poema fue para mí la única manera de asir lo inasible, lo moralmente inasible.
El ataque a las torres fue sobre todo una incomodidad. Tuvimos que botar viejas formas de ejercer el criterio ético y político, los sistemas críticos heredados tanto de la guerra fría como de la caída del muro de Berlín. Una inflexión, un dilema por encima de nuestras propias herramientas. Por lo mismo, no todos los hombres lograron situarse a la altura de su historia: lo del WTC lo celebraron algunos, lo cual fue crueldad maniquea; otros, lo cual fue ceguera unidimensional, se sirvieron del evento para defender el orden de las cosas. En realidad, ninguna cosa ni la otra eran aceptables, y no podíamos ni muy siquiera echar mano de algún relativismo de urgencia; fue todo demasiado magno y demasiado evidente para caer en una depravación de ese orden. El 11 de septiembre pulverizó nuestro desiderátum moral, y nos arrojó al caos de la historia. Hoy, a un año del ataque terrorista, las preguntas perviven.
(Columna publicada el 11 de septiembre de 2002.)
El ataque a las torres fue sobre todo una incomodidad. Tuvimos que botar viejas formas de ejercer el criterio ético y político, los sistemas críticos heredados tanto de la guerra fría como de la caída del muro de Berlín. Una inflexión, un dilema por encima de nuestras propias herramientas. Por lo mismo, no todos los hombres lograron situarse a la altura de su historia: lo del WTC lo celebraron algunos, lo cual fue crueldad maniquea; otros, lo cual fue ceguera unidimensional, se sirvieron del evento para defender el orden de las cosas. En realidad, ninguna cosa ni la otra eran aceptables, y no podíamos ni muy siquiera echar mano de algún relativismo de urgencia; fue todo demasiado magno y demasiado evidente para caer en una depravación de ese orden. El 11 de septiembre pulverizó nuestro desiderátum moral, y nos arrojó al caos de la historia. Hoy, a un año del ataque terrorista, las preguntas perviven.
(Columna publicada el 11 de septiembre de 2002.)
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