Zero a la izquierda
¿A eso le llaman proyecto? Un segundo antes de la ratificación del TLC, la izquierda hace mucha bulla, y así pretende saldar una responsabilidad histórica que es un pantalón que le queda gigantesco. Colgado al cuello debería llevar un cartelito diciendo: “Se hacen chapuces”. Es claro que no existe oferta política, ni oposición, ni alternativa ideológica más allá de esta teatralidad de última hora.
Vamos, nunca hubo una intención seria de evitar la ratificación del TLC por parte de la izquierda. Una manifestación debería ser la conclusión, el saldo, el último eslabón de una serie de acciones políticas cardinales, decisivas, argumentadas, y no el solo y único recurso a la mano, y para colmo tardío, y sobre todo extemporáneo. Una manifestación es como una ola reventando. Para que reviente bien, no sólo con fuerza sino además con gracia (y no se convierta así en mero bochinche, o peor aún, en inútil masacre, el caso de Huehuetenango), debe traer previamente una corriente interna poderosa y enfocada. Y tal corriente implica un trabajo que nadie sabe o está dispuesto a realizar, o que se está realizando de manera desorganizada (esfuerzos más que nada insulares y aislados) y solamente reactiva (apagando fuegos, se dice). La izquierda vive en un estado de permanente crisis nerviosa que le prohíbe generar líderes de envergadura, visionarios. Desorden, improvisación, ninguna dirección estimable, ausencia de liderazgo. Unos allí, otros allá. He estado en suficientes manifestaciones: siempre es lo mismo y siempre es igual. Ninguna voz lo suficientemente poderosa para que todos escuchemos. Ninguna electricidad unificadora. Ninguna ambición.
Colgado al cuello, la izquierda debería llevar un cartelito diciendo: “Patadas de ahogado”.
(Columna publicada el 16 de marzo de 2005.)
Vamos, nunca hubo una intención seria de evitar la ratificación del TLC por parte de la izquierda. Una manifestación debería ser la conclusión, el saldo, el último eslabón de una serie de acciones políticas cardinales, decisivas, argumentadas, y no el solo y único recurso a la mano, y para colmo tardío, y sobre todo extemporáneo. Una manifestación es como una ola reventando. Para que reviente bien, no sólo con fuerza sino además con gracia (y no se convierta así en mero bochinche, o peor aún, en inútil masacre, el caso de Huehuetenango), debe traer previamente una corriente interna poderosa y enfocada. Y tal corriente implica un trabajo que nadie sabe o está dispuesto a realizar, o que se está realizando de manera desorganizada (esfuerzos más que nada insulares y aislados) y solamente reactiva (apagando fuegos, se dice). La izquierda vive en un estado de permanente crisis nerviosa que le prohíbe generar líderes de envergadura, visionarios. Desorden, improvisación, ninguna dirección estimable, ausencia de liderazgo. Unos allí, otros allá. He estado en suficientes manifestaciones: siempre es lo mismo y siempre es igual. Ninguna voz lo suficientemente poderosa para que todos escuchemos. Ninguna electricidad unificadora. Ninguna ambición.
Colgado al cuello, la izquierda debería llevar un cartelito diciendo: “Patadas de ahogado”.
(Columna publicada el 16 de marzo de 2005.)
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