El niño
Es una fotografía blanco y negro; cuidadosamente enmarcada; tengo la suerte de tenerla colgada en mi sala. El espectador, al acercarse (y acercarse es inevitable, porque de inmediato llama la atención), percibe de un solo golpe la escena: el muro, la frase, el niño.
Primero el muro. De sí una obra de arte: una composición de geometrías y líneas sobre todo impersonales. Ni siquiera solemne: frío. Más allá de cualquier protocolo psicológico.
La frase, pintada con spray sobre el muro, dice exactamente: “EL CAPITALISMO ES UNA GUERRA CONTÍNUA CONTRA LA HUMANIDAD. DESTRUYE EL CAPITAL!”. Y al lado un signo de anarquía. No es la letra torva de un advenedizo. Es la letra de alguien que ha escrito muchas, o ciertas pintas, en su vida.
El niño, bueno, el niño es todo lo contrario. El niño es muy pequeño. El niño, comparado con el muro, no goza de ninguna simetría, su ropa colorida (y en blanco y negro) y colmada de pliegues contrasta con la blancura recta del muro. El niño está muy ocupado en leer la frase, la pinta, el graffiti, y este asombro, esta curiosidad, este interés, esta inocencia o chispa o maravillosa ignorancia o guerra inocente, conmoverán al espectador que se ha acercado (y acercarse es inevitable) definitivamente a la fotografía (porque de inmediato le ha llamado la atención). El niño observa los signos, las letras y los signos y no entiende: su pasmo es puro.
Alan Benchoam me regaló esta foto, ex corde, como regalo de bodas. Es uno de los regalos más bellos que me han dado. Alan es como el niño maravillado ante el graffiti, y nosotros nos maravillamos ante el niño.
(Columna publicada el 24 de marzo de 2005.)
Primero el muro. De sí una obra de arte: una composición de geometrías y líneas sobre todo impersonales. Ni siquiera solemne: frío. Más allá de cualquier protocolo psicológico.
La frase, pintada con spray sobre el muro, dice exactamente: “EL CAPITALISMO ES UNA GUERRA CONTÍNUA CONTRA LA HUMANIDAD. DESTRUYE EL CAPITAL!”. Y al lado un signo de anarquía. No es la letra torva de un advenedizo. Es la letra de alguien que ha escrito muchas, o ciertas pintas, en su vida.
El niño, bueno, el niño es todo lo contrario. El niño es muy pequeño. El niño, comparado con el muro, no goza de ninguna simetría, su ropa colorida (y en blanco y negro) y colmada de pliegues contrasta con la blancura recta del muro. El niño está muy ocupado en leer la frase, la pinta, el graffiti, y este asombro, esta curiosidad, este interés, esta inocencia o chispa o maravillosa ignorancia o guerra inocente, conmoverán al espectador que se ha acercado (y acercarse es inevitable) definitivamente a la fotografía (porque de inmediato le ha llamado la atención). El niño observa los signos, las letras y los signos y no entiende: su pasmo es puro.
Alan Benchoam me regaló esta foto, ex corde, como regalo de bodas. Es uno de los regalos más bellos que me han dado. Alan es como el niño maravillado ante el graffiti, y nosotros nos maravillamos ante el niño.
(Columna publicada el 24 de marzo de 2005.)
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