Villanos imbéciles
El problema en nuestro país es que nuestros villanos no parecen villanos: parecen imbéciles. Una razón por la cuál siempre se salen con la suya es que es casi imposible tomarlos en serio.
Talvez la imbecilidad es el humo tras el cuál se esconden, el teatro diverso que adoptan para que no podamos discernir sus habilidades para meternos el huevo. Portillo se retiró del país con unos argumentos tan miserables; es el primero en ratificar mi teoría. Entre más imbéciles aparentan ser, más intocables son. Él y el resto saben que más vale acudir a explicaciones incoherentes y malsanas que enfangarse en una serie de justificaciones descafeinadas de relacionista público. Y lo peor es: todos caímos en la trampa. Porque todos quedamos tan asombrados por lo que dijo, tan indignados por su hipocresía, tan con la boca abierta, tan atenazado por el pasmo de su actuada imbecilidad, que aprovechó el momento y se fue a la mierda. Ni nos dimos cuenta. Ya se fue. Él y los millones.
Pero lo que no saben estos tipejos es que la imbecilidad es un perro traicionero, y tarde o temprano los va a morder. El hecho de que no conozcan esta humilde y eterna verdad es suficiente para convertirlos a todos en imbéciles de a de veras, ya no sólo conceptuosos imbéciles, sino imbéciles de carne y hueso, genuinos imbéciles. Es lo que son. Como todos sabemos, atraparon a Abadío la semana pasada. En la nota que apareció en elPeriódico (15 de julio, págs. 2 y 3) quedó dicho, acerca de la captura del fugitivo: “Los investigadores tocaron a la puerta y notificaron a la mujer que abrió –supuestamente la esposa del prófugo– que le buscaban. Ella dijo que iría a ver si estaba.”
Ella dijo que iría a ver si estaba. ¿Qué puedo decir? La imbecilidad es un perro traicionero.
(Columna publicada el 22 de julio de 2004.)
Talvez la imbecilidad es el humo tras el cuál se esconden, el teatro diverso que adoptan para que no podamos discernir sus habilidades para meternos el huevo. Portillo se retiró del país con unos argumentos tan miserables; es el primero en ratificar mi teoría. Entre más imbéciles aparentan ser, más intocables son. Él y el resto saben que más vale acudir a explicaciones incoherentes y malsanas que enfangarse en una serie de justificaciones descafeinadas de relacionista público. Y lo peor es: todos caímos en la trampa. Porque todos quedamos tan asombrados por lo que dijo, tan indignados por su hipocresía, tan con la boca abierta, tan atenazado por el pasmo de su actuada imbecilidad, que aprovechó el momento y se fue a la mierda. Ni nos dimos cuenta. Ya se fue. Él y los millones.
Pero lo que no saben estos tipejos es que la imbecilidad es un perro traicionero, y tarde o temprano los va a morder. El hecho de que no conozcan esta humilde y eterna verdad es suficiente para convertirlos a todos en imbéciles de a de veras, ya no sólo conceptuosos imbéciles, sino imbéciles de carne y hueso, genuinos imbéciles. Es lo que son. Como todos sabemos, atraparon a Abadío la semana pasada. En la nota que apareció en elPeriódico (15 de julio, págs. 2 y 3) quedó dicho, acerca de la captura del fugitivo: “Los investigadores tocaron a la puerta y notificaron a la mujer que abrió –supuestamente la esposa del prófugo– que le buscaban. Ella dijo que iría a ver si estaba.”
Ella dijo que iría a ver si estaba. ¿Qué puedo decir? La imbecilidad es un perro traicionero.
(Columna publicada el 22 de julio de 2004.)
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