Venenos
El veneno y el poder han tenido, cómo no, relaciones gloriosas. Tales relaciones fueron descritas admirablemente en dominantes obras de teatro del siglo XVI. Por tercera vez seguida, hablo de Shakespeare, en esta columna, me doy cuenta. Como si más genios no hubiese. Me disculpo, acaso. Pero, ¿cómo hablar de Yuschenko sin mencionarlo, a Shakespeare? Es decir: el envenenamiento de Yushenko tiene algo de shakespeareano, ¿no es verdad?
Lo demás es silencio, dijo el poeta. Pero lo demás no es silencio, digo yo. Es veneno, más bien. Siempre habrá algún veneno esperando a un político en algún recodo monárquico del devenir. Reyes, Papas, y Amantes (quizá Marilyn) han convulsionado operacionalmente a lo largo de los siglos. Es una tradición aún no acabada. En ciertos lugares, así en Ucrania, está, de hecho, bastante en boga.
“Hasta que Yuschenko sea presidente”, dijeron los manifestantes en Kiev. Fraude o dioxina: el asunto con los venenos es que hay que asegurarse que funcionen. Porque de lo contrario, el efecto se revierte grandemente contra el envenenador. El envenenador, en teoría, es el golpeado Yanukovich.
Aunque, viéndolo bien, el envenenador podría ser el mismo Yushenko, que de paso estaría cometiendo, igualmente, su fraude. Uno se pregunta: ¿cómo es que no murió? Es una pregunta aceptable, que ofrece varias alternativas. Yuschenko se benefició en alguna medida con su propio envenenamiento, sin duda. El rostro se lo van a remozar en Israel. Habría que filmar todo el proceso y hacer con ello un episodio para Extreme make–over. Luego, como Bush, poner a Yushenko en la portada del Time, y nombrarlo Persona del Año del Este.
En lo personal, a mí me gustaría enviar un tamalito a varias personas en esta Navidad. Ojalá se les ponga la cara verde.
(Columna publicada el 23 de diciembre de 2004.)
Lo demás es silencio, dijo el poeta. Pero lo demás no es silencio, digo yo. Es veneno, más bien. Siempre habrá algún veneno esperando a un político en algún recodo monárquico del devenir. Reyes, Papas, y Amantes (quizá Marilyn) han convulsionado operacionalmente a lo largo de los siglos. Es una tradición aún no acabada. En ciertos lugares, así en Ucrania, está, de hecho, bastante en boga.
“Hasta que Yuschenko sea presidente”, dijeron los manifestantes en Kiev. Fraude o dioxina: el asunto con los venenos es que hay que asegurarse que funcionen. Porque de lo contrario, el efecto se revierte grandemente contra el envenenador. El envenenador, en teoría, es el golpeado Yanukovich.
Aunque, viéndolo bien, el envenenador podría ser el mismo Yushenko, que de paso estaría cometiendo, igualmente, su fraude. Uno se pregunta: ¿cómo es que no murió? Es una pregunta aceptable, que ofrece varias alternativas. Yuschenko se benefició en alguna medida con su propio envenenamiento, sin duda. El rostro se lo van a remozar en Israel. Habría que filmar todo el proceso y hacer con ello un episodio para Extreme make–over. Luego, como Bush, poner a Yushenko en la portada del Time, y nombrarlo Persona del Año del Este.
En lo personal, a mí me gustaría enviar un tamalito a varias personas en esta Navidad. Ojalá se les ponga la cara verde.
(Columna publicada el 23 de diciembre de 2004.)
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