La buena voluntad
Una de las resoluciones de año nuevo que me propuse a principios de este año que termina fue estudiar todos los textos sagrados (Corán, Biblia, Bhagavad gita, Tao Te King, etcétera), y por ende, encontrar Algo. Los estudié, sí, y encontré Nada. Otra de mis resoluciones fue dejar de fumar. Dejé de fumar. Y volví a fumar. Y dejé de fumar de nuevo. Y se supone que debía acabar una novela, pero en lugar de acabar yo la novela, ella me acabó a mí, más bien. Nada me salió exactamente como quería. Me galvanicé, me afané, pero nada salió en mis términos. Oh blanca navidad neurótica… Ça t'apprendra, gros con.
Y es que los textos sagrados no hay que leerlos, sino escribirlos. Y después de escribirlos, quemarlos. Y las cenizas tirarlas en el río vasto del ahora, el único río no seco, el mismo en dónde se ahogó para siempre Heráclito, en cierta tarde primaveral.
“El momento presente es la única abertura por la que el alma puede pasar del tiempo a la eternidad”, nos dice Huxley, en La filosofía perenne. Oops. Ya está. Volví a caer en otro libro.
Bien, no importa: no somos perfectos, ni queremos serlo. No queremos mejorar. No queremos resoluciones de año nuevo, para este año que viene.
Me basta con estar delante de mi Toshiba Satellite, cuyo diseño artesanal –no es una Mac G4, y así mejor– me recuerda a una máquina de escribir. Casi me siento escritor. CL6 está en el cuarto, viendo televisión, mientras escribo esta columna, la última del año. Las demás columnas ya no existen. Acaso nunca existieron. Son plancton. A CL6 le han arrancado una muela, y convalece en la cama. Por mi parte, lo que yo necesito es que alguien me arranque esta locura del cerebro. Quizá con un taladro, emulando al personaje de Pi, de Darren Aronofsky. Casi me siento escritor. Feliz año nuevo.
(Columna publicada el 30 de diciembre .)
Y es que los textos sagrados no hay que leerlos, sino escribirlos. Y después de escribirlos, quemarlos. Y las cenizas tirarlas en el río vasto del ahora, el único río no seco, el mismo en dónde se ahogó para siempre Heráclito, en cierta tarde primaveral.
“El momento presente es la única abertura por la que el alma puede pasar del tiempo a la eternidad”, nos dice Huxley, en La filosofía perenne. Oops. Ya está. Volví a caer en otro libro.
Bien, no importa: no somos perfectos, ni queremos serlo. No queremos mejorar. No queremos resoluciones de año nuevo, para este año que viene.
Me basta con estar delante de mi Toshiba Satellite, cuyo diseño artesanal –no es una Mac G4, y así mejor– me recuerda a una máquina de escribir. Casi me siento escritor. CL6 está en el cuarto, viendo televisión, mientras escribo esta columna, la última del año. Las demás columnas ya no existen. Acaso nunca existieron. Son plancton. A CL6 le han arrancado una muela, y convalece en la cama. Por mi parte, lo que yo necesito es que alguien me arranque esta locura del cerebro. Quizá con un taladro, emulando al personaje de Pi, de Darren Aronofsky. Casi me siento escritor. Feliz año nuevo.
(Columna publicada el 30 de diciembre .)
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