Todavía buscando a Syd
A todo coche le llega su sábado, su Pasión Crística, su Día D. Ese día para todo adolescente que se repute de serlo llega cuando le toca escuchar finalmente The Piper at the Gates of Dawn y volar en mil pedazos. Apenas le servirá haber escuchado todos los otros clásicos de Pink Floyd –no obstante el grado de iniciación que éstos ya suponen. El maestro aparece, pero no hay discípulo que pueda estar listo para semejante experiencia discográfica. No hay trucos ni ases bajo la manga. Es la pura gracia psicodélica, esotérica, hemisférica.
Hace unas cuántas semanas murió Syd Barrett. A él le debo el nombre de esta columna.
La tragedia de Syd Barrett es que no pudo sobrevivir a su propia nada. Me explico: con los años, se fue haciendo famoso por no pertenecer a Pink Floyd. Lo que él más buscaba –el anonimato– fue justamente lo que más le estaba enmarcando, visibilizando, destacando. Ésa fue su gloria terrible. Y ahora esta sombra que él era ya se ha eternizado. Quiere decir que seguiremos buscando a Syd, diamante loco, por los siglos de los siglos, en este gran páncreas llamado universo.
Me encanta ver sus fotos viejas. Sus fotos de cuando no era viejo. En ellas tenía el garbo de la locura de Poe. Su hermana cuenta cómo saltaba de la cama para dirigir una orquesta imaginaria. Amo y respeto a las personas con problemas mentales.
Con todo, alcanzó un grado de serenidad, nobleza en maniobras insignificantes de clase media –y hay algo de muy hermoso cuando alguien decide dejar a un lado sus dones, sus hermosos venenos, y decide entregarse mejor a la jardinería (aunque nunca dejó de hacer arte, entiendo). Por supuesto, los que estamos de este lado de la frontera psiquiátrica, lejos de aprender su lección, lo que queremos es inmigrar, por morbo. Y por eso seguimos buscando a Syd.
(Columna publicada el 24 de agosto de 2006.)
Hace unas cuántas semanas murió Syd Barrett. A él le debo el nombre de esta columna.
La tragedia de Syd Barrett es que no pudo sobrevivir a su propia nada. Me explico: con los años, se fue haciendo famoso por no pertenecer a Pink Floyd. Lo que él más buscaba –el anonimato– fue justamente lo que más le estaba enmarcando, visibilizando, destacando. Ésa fue su gloria terrible. Y ahora esta sombra que él era ya se ha eternizado. Quiere decir que seguiremos buscando a Syd, diamante loco, por los siglos de los siglos, en este gran páncreas llamado universo.
Me encanta ver sus fotos viejas. Sus fotos de cuando no era viejo. En ellas tenía el garbo de la locura de Poe. Su hermana cuenta cómo saltaba de la cama para dirigir una orquesta imaginaria. Amo y respeto a las personas con problemas mentales.
Con todo, alcanzó un grado de serenidad, nobleza en maniobras insignificantes de clase media –y hay algo de muy hermoso cuando alguien decide dejar a un lado sus dones, sus hermosos venenos, y decide entregarse mejor a la jardinería (aunque nunca dejó de hacer arte, entiendo). Por supuesto, los que estamos de este lado de la frontera psiquiátrica, lejos de aprender su lección, lo que queremos es inmigrar, por morbo. Y por eso seguimos buscando a Syd.
(Columna publicada el 24 de agosto de 2006.)
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