Adiós a El Pensativo
Con gran tristeza, me despido en esta columna de la librería El Pensativo de la zona 9, que estuvo durante tantos años en la Cúpula, a un paso de mi casa.
No encontraré aquí el espacio suficiente para hacer un recuento de todo lo que significó la presencia de esta pequeña tienda de libros (pequeña en tamaño, ciclópea en lo demás) en nuestra vida cultural, y asimismo es difícil determinar a ciencia cierta la magnitud de su legado, dado que la suya fue una labor siempre discreta, íntima, casi anónima (como íntimo y discreto y casi anónimo es el momento cuando un lector decide tomar un libro del anaquel y decide que en ese preciso libro encontrará una clave, una rajadura, una transfixión), eso sí, constante, persistente, una gota que cae y cae y al final ha abierto una agujero tan grande, que más bien pareciera que un cuerpo celeste ha colisionado allí.
Ahora, con la presencia de Sophos, o la expansión paulatina de Artemis y Edinter, hemos olvidado que el Pensativo fue quién mantuvo en una época la lucidez y el filo intelectual luego del arrasamiento de los cerebros. ¡Cuántos libros formidables les habrá facilitado a nuestros escritores, a nuestros intelectuales y a cualquiera con un gusto por la sinapsis! Si bien su presencia fue discreta, como ya dije, no por ello dejaba de tener una frescura y una actitud batalladoras, con mística pensante, y quiero decir con esto que era una librería del todo consciente de su papel en la revolución de las conciencias…
Una librería es por lo menos tan importante como cualquier libro en ella contenida. Es un hecho cultural en sí misma, y no apenas un órgano mediador. Como persona que escribe, me corresponde darles las gracias a la librería, a su dueña, y a los que allí trabajaron.
(Columna publicada el 31 de agosto de 2006.)
No encontraré aquí el espacio suficiente para hacer un recuento de todo lo que significó la presencia de esta pequeña tienda de libros (pequeña en tamaño, ciclópea en lo demás) en nuestra vida cultural, y asimismo es difícil determinar a ciencia cierta la magnitud de su legado, dado que la suya fue una labor siempre discreta, íntima, casi anónima (como íntimo y discreto y casi anónimo es el momento cuando un lector decide tomar un libro del anaquel y decide que en ese preciso libro encontrará una clave, una rajadura, una transfixión), eso sí, constante, persistente, una gota que cae y cae y al final ha abierto una agujero tan grande, que más bien pareciera que un cuerpo celeste ha colisionado allí.
Ahora, con la presencia de Sophos, o la expansión paulatina de Artemis y Edinter, hemos olvidado que el Pensativo fue quién mantuvo en una época la lucidez y el filo intelectual luego del arrasamiento de los cerebros. ¡Cuántos libros formidables les habrá facilitado a nuestros escritores, a nuestros intelectuales y a cualquiera con un gusto por la sinapsis! Si bien su presencia fue discreta, como ya dije, no por ello dejaba de tener una frescura y una actitud batalladoras, con mística pensante, y quiero decir con esto que era una librería del todo consciente de su papel en la revolución de las conciencias…
Una librería es por lo menos tan importante como cualquier libro en ella contenida. Es un hecho cultural en sí misma, y no apenas un órgano mediador. Como persona que escribe, me corresponde darles las gracias a la librería, a su dueña, y a los que allí trabajaron.
(Columna publicada el 31 de agosto de 2006.)
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