Tag
Es una firma hecha con spray en un muro: un tag. El tag se aprieta: se compacta: se achiquita: tiene frío. El muro es demasiado grande, y a lo mejor demasiado gris. El tag mejor se desplaza al otro edificio, más mugroso, pero hay menos correntadas de aire. Antes tenía la costumbre de juntarse con otros tags, pero de un tiempo para acá ha sentido la imperiosa, por momentos despectiva, necesidad de Estar Solo.
Creado hace dos años de la mano fustigante de un skater, un virtuoso del aerosol, nuestro tag fue –en su tiempo– uno de los menos indecorosos de su zona, una zona chata, residencial. Los demás del área lo lamían un poco, lo respetaban pegajosamente. Pero él se aburría, todo era lindo, no había acción…
Empezó a sentir que le faltaba mundo, que quería ver otras partes de la metrópoli, y trashumante, y polvoriento, llegó a las zonas más oscuras y encharcadas. Trabó amistad con las pintas políticas, que le dieron una cierta insolencia de izquierda, y sobre todo congenió con las inscripciones malditas de los mareros, que a veces se puyaban entre sí.
Hoy es suyo este cementerio, esta vasta ruina de paredes... A veces regresa a su lugar de origen, hinchado de nostalgia, buscando no sabe qué. Pero no tarda en salir huyendo de todo ese orden, de toda esa limpieza municipal…
Más y más tags nacen cada día en esta Ciudad sin Fondo, Babilonia de los Mil Muertitos: en rótulos, en los baños, en los cajeros automáticos, teléfonos públicos. Pero nuestro tag tiene la necesidad de Estar Solo. Le repugna ahora ver a los artistas de la calle. Ya no cree en lo Ilegal. Está Deprimido. Y todos esos graffiti borrachos, haciendo escándalo... Imbéciles…
A veces tiene ganas de colocarse en uno de esos muros que están a punto de pintar, y desaparecer para siempre bajo un blanco necio de brocha gorda.
(Columna publicada el 20 de julio de 2006.)
Creado hace dos años de la mano fustigante de un skater, un virtuoso del aerosol, nuestro tag fue –en su tiempo– uno de los menos indecorosos de su zona, una zona chata, residencial. Los demás del área lo lamían un poco, lo respetaban pegajosamente. Pero él se aburría, todo era lindo, no había acción…
Empezó a sentir que le faltaba mundo, que quería ver otras partes de la metrópoli, y trashumante, y polvoriento, llegó a las zonas más oscuras y encharcadas. Trabó amistad con las pintas políticas, que le dieron una cierta insolencia de izquierda, y sobre todo congenió con las inscripciones malditas de los mareros, que a veces se puyaban entre sí.
Hoy es suyo este cementerio, esta vasta ruina de paredes... A veces regresa a su lugar de origen, hinchado de nostalgia, buscando no sabe qué. Pero no tarda en salir huyendo de todo ese orden, de toda esa limpieza municipal…
Más y más tags nacen cada día en esta Ciudad sin Fondo, Babilonia de los Mil Muertitos: en rótulos, en los baños, en los cajeros automáticos, teléfonos públicos. Pero nuestro tag tiene la necesidad de Estar Solo. Le repugna ahora ver a los artistas de la calle. Ya no cree en lo Ilegal. Está Deprimido. Y todos esos graffiti borrachos, haciendo escándalo... Imbéciles…
A veces tiene ganas de colocarse en uno de esos muros que están a punto de pintar, y desaparecer para siempre bajo un blanco necio de brocha gorda.
(Columna publicada el 20 de julio de 2006.)
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