A sangre fría
Intentar entrar a la página web del Banco de Comercio, comprobar con asombro y extrañeza cómo aquello que pensábamos protegido por las leyes mismas de la inercia y la continuidad universal –un banco, pues– ahora ha cesado, absurdamente, de existir. En lugar de la página, el rótulo inexpugnable: The page cannot be displayed. Es la zozobra de las instituciones… Las bancarias instituciones, que es decir las metafísicas... Un haz de percepciones públicas… La metabolización de la angustia… El panóptico de la duda… Como tocar los pelitos sucios de una bestia moribunda...
Algunos no agradecerán imágenes tan enfáticas; lo cierto es que la volatilidad no necesita de aliados ni argumentos. Está allí: a la vista de todos, obsequiosa, casi lúbrica. ¿Qué mierdas quiere decir un “incidente focalizado”? Eso es moverse en un paradigma de hace doscientos años. En el contexto de la vigilancia –esto es: de la relación argumentada entre la Superintendencia de Bancos y las entidades bancarias– no hay tal cosa como un hecho aislado.
No. La ficción de que hay un lugar en donde podemos calibrar, ya ni siquiera nuestros sueños financieros (que sólo existen en el universo paralelo de los narcotraficantes), sino nuestras meras necesidades económicas y parvedades, ha entrado en flatline y pasado, como se dice, a mejor vida. Demasiados bancos, demasiados navíos: pero no tierra firme.
El Banco del Comercio se ha entregado a sí mismo, como el hombre que ya loco o desesperado, se entrega después de matar a su familia, una familia, en este caso, de unos cien mil cuentahabientes. Los cajeros automáticos expelen un olorcillo, parecido por cierto al olorcillo de las financieras muertas y las off–shore Houdini… A sangre fría.
(Columna publicada el 18 de enero de 2007.)
Algunos no agradecerán imágenes tan enfáticas; lo cierto es que la volatilidad no necesita de aliados ni argumentos. Está allí: a la vista de todos, obsequiosa, casi lúbrica. ¿Qué mierdas quiere decir un “incidente focalizado”? Eso es moverse en un paradigma de hace doscientos años. En el contexto de la vigilancia –esto es: de la relación argumentada entre la Superintendencia de Bancos y las entidades bancarias– no hay tal cosa como un hecho aislado.
No. La ficción de que hay un lugar en donde podemos calibrar, ya ni siquiera nuestros sueños financieros (que sólo existen en el universo paralelo de los narcotraficantes), sino nuestras meras necesidades económicas y parvedades, ha entrado en flatline y pasado, como se dice, a mejor vida. Demasiados bancos, demasiados navíos: pero no tierra firme.
El Banco del Comercio se ha entregado a sí mismo, como el hombre que ya loco o desesperado, se entrega después de matar a su familia, una familia, en este caso, de unos cien mil cuentahabientes. Los cajeros automáticos expelen un olorcillo, parecido por cierto al olorcillo de las financieras muertas y las off–shore Houdini… A sangre fría.
(Columna publicada el 18 de enero de 2007.)
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