Quinielas
El Fariseo me ha llevado adonde el Cazador, amigo de los suyos, en cuya casa se organizan quinielas poderosas, apuestas nucleares, se mueven cantidades hercúleas de lana. De lana y de todo: carros, lanchas, fincas, y se sabe que incluso apuestan, los muy bestias, a seres humanos, recién nacidos, criadas... Lo juro por mi Socio.
Pero además, el Cazador está conectado con el mundo de los envites del mundo, y ya el suyo es un programa ramificado on–line de alcances universales, con serios conectes en Uruguay, en Los Angeles, en regiones patrimoniales de Italia.
Decir quinielas es decir el eufemismo. Aquí hay más caos, más salvajismo del aconsejable. Habla el Cazador:
–La cosa es ser humildes. No te metás a cosas de hombre, si no tenés los huevos… y el pisto. Somos todos amigos, vaya, y somos razonables. Pero en lo personal tengo una pequeña debilidad por coleccionar dedos de cerotes insolventes, de cerotes insolentes. Aquí se comulga con la palabra. Más vale que no venga sucia.
Justo en tal momento, dos enanos entacuchados, que responden al apelativo de “los gemelos”, ingresan a un señor que, en toda evidencia, ha estado bebiendo vulgarmente estos últimos días, y se le mira la desesperación, la trituración nerviosa. En la peor cantina lo encontraron, luego de talonearlo por tres días. Ya viene un poco dañado por la paliza. En la pantalla de cuarenta y dos pulgadas, camisolas blancas y camisolas rojas…
–¿Pensabas que te ibas a escapar, pendejo?
Con un gesto, ordena a los orangutancitos a que se lo lleven al cuarto de atrás.
Como si nada ha pasado, se dirige a mí:
–¿Con que sos escritor? ¿Vos no fuiste el que salió en una película? ¿Sí? A mí lo que más me gustó de esa lica es ese monumento de culo, la que sale bailando en el tubo. ¿Cubana, decís? ¿Y te la tiraste de veras? ¿No? ¿Sos hueco, o qué?
(Columna publicada el 22 de junio de 2006.)
Pero además, el Cazador está conectado con el mundo de los envites del mundo, y ya el suyo es un programa ramificado on–line de alcances universales, con serios conectes en Uruguay, en Los Angeles, en regiones patrimoniales de Italia.
Decir quinielas es decir el eufemismo. Aquí hay más caos, más salvajismo del aconsejable. Habla el Cazador:
–La cosa es ser humildes. No te metás a cosas de hombre, si no tenés los huevos… y el pisto. Somos todos amigos, vaya, y somos razonables. Pero en lo personal tengo una pequeña debilidad por coleccionar dedos de cerotes insolventes, de cerotes insolentes. Aquí se comulga con la palabra. Más vale que no venga sucia.
Justo en tal momento, dos enanos entacuchados, que responden al apelativo de “los gemelos”, ingresan a un señor que, en toda evidencia, ha estado bebiendo vulgarmente estos últimos días, y se le mira la desesperación, la trituración nerviosa. En la peor cantina lo encontraron, luego de talonearlo por tres días. Ya viene un poco dañado por la paliza. En la pantalla de cuarenta y dos pulgadas, camisolas blancas y camisolas rojas…
–¿Pensabas que te ibas a escapar, pendejo?
Con un gesto, ordena a los orangutancitos a que se lo lleven al cuarto de atrás.
Como si nada ha pasado, se dirige a mí:
–¿Con que sos escritor? ¿Vos no fuiste el que salió en una película? ¿Sí? A mí lo que más me gustó de esa lica es ese monumento de culo, la que sale bailando en el tubo. ¿Cubana, decís? ¿Y te la tiraste de veras? ¿No? ¿Sos hueco, o qué?
(Columna publicada el 22 de junio de 2006.)
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