Pornokultur
Toda esta historia de la película gay en la Antigua me recuerda aquella vez que fuimos con CL6 a Monterrico, y nuestros vecinos de cuarto se pusieron a rodar una película porno, no en el cuarto, sino en el corredor. Podríamos definir filosóficamente el corredor como el espacio psicosocial en dónde se cruzan, se encuentran y rechazan a perpetuidad las miradas, el espacio consensual urbano en dónde se manifiestan los límites y esperanzas del intercambio humano. Podríamos, claro. Pero serían puras mamadas. Aunque es cierto que de mamadas estamos hablando.
Sólo existe una forma de rodar una película porno: claro y pelado. Ciertos magnates de la especulación se preguntaban la semana pasada cómo habían hecho para filmar esa atrocidad en las ruinas. ¿Qué técnicas de la invisibilidad habían utilizado para penetrar esa fortaleza de la cultura, cómo habían hecho esos miserables para penetrar las sucesivas capas de pudor que se habían acumulado conventualmente a través de los siglos, cómo se atrevían a insultar nuestro “patrimonio de la humanidad”? Como si “patrimonio de la humanidad” no fuera también Dachau. Que no deja de ser otra locación interesante, por cierto, y no tardarán en hacer uso de ella. Se podría convertir en todo un género. Los consumidores pagarían cantidades estrafalarias de dinero por ver estos nutricios filmes. La “Pornokultur”. Con nombres como: “Dos sementales en el Taj Majal”, “Cumshots en la Casa Blanca”, “Devóramela en el Louvre”.
Pues así. Nuestros vecinos de cuarto en Monterrico hicieron gala de independencia de criterios en el corredor del hotel. No era ni siquiera un mal hotel. Era un buen hotel. Un hotel de cinco estrellas. De cinco estrellas porno, esto es.
(Columna publicada el 23 de febrero de 2006.)
Sólo existe una forma de rodar una película porno: claro y pelado. Ciertos magnates de la especulación se preguntaban la semana pasada cómo habían hecho para filmar esa atrocidad en las ruinas. ¿Qué técnicas de la invisibilidad habían utilizado para penetrar esa fortaleza de la cultura, cómo habían hecho esos miserables para penetrar las sucesivas capas de pudor que se habían acumulado conventualmente a través de los siglos, cómo se atrevían a insultar nuestro “patrimonio de la humanidad”? Como si “patrimonio de la humanidad” no fuera también Dachau. Que no deja de ser otra locación interesante, por cierto, y no tardarán en hacer uso de ella. Se podría convertir en todo un género. Los consumidores pagarían cantidades estrafalarias de dinero por ver estos nutricios filmes. La “Pornokultur”. Con nombres como: “Dos sementales en el Taj Majal”, “Cumshots en la Casa Blanca”, “Devóramela en el Louvre”.
Pues así. Nuestros vecinos de cuarto en Monterrico hicieron gala de independencia de criterios en el corredor del hotel. No era ni siquiera un mal hotel. Era un buen hotel. Un hotel de cinco estrellas. De cinco estrellas porno, esto es.
(Columna publicada el 23 de febrero de 2006.)
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