Larvas
Para mí, la Universidad siempre fue mucho polvo, muchas arañas saliendo de la boca de los profesores, el cuerpo de Aristóteles pudriéndose en la cafetería, y escuchar a Sonic Youth detrás del edificio G.
Nunca tuve respeto por el tedio. Por eso mismo me dormía en las clases, resueltamente. Estaba deprimido.
Un día, metido en un examen, me dio demasiado asco todo el asunto, me paré y le dije al tipo que impartía el curso: “Me rehúso a responder estas preguntas: son insultantes”. Y el tipo, bajando el tono de voz significativamente, me pregunta: “¿Cuál respuesta querés? Yo te la doy”.
Le dije: “Yo sé cuáles son las respuestas del examen. Simplemente no quiero responderlas. No es moral responder un examen como éste.”
Luego entendí que sólo había un lugar en dónde yo podía estar a salvo: la biblioteca. En la biblioteca me protegía yo, igual que un menesteroso se protege del frío. En ese lugar, leí un resto de cosas. Por ejemplo, leí a toda la generación del 27. Se puede decir que en la Universidad yo aprendí a ser autodidacta.
También me gustaba ir a tomar litros de cerveza a la Jacaranda. En eso no era muy original.
Nunca terminé la carrera. Un día me dije: “Que se vayan todos a la mierda, yo no necesito esto”. Y tenía razón: nunca he necesitado de un título. No se necesita de un título para ser escritor. Supongo que no me han extrañado mucho, en la Landivar.
¿Por qué estoy escribiendo de todo esto? Porque estaba viendo el otro día en las noticias que Juan Fernando Cifuentes está enfermo, y eso me retrotrajo a mi época universitaria. Dicen que Cifuentes enfermó de cisticerco, pero no me extrañaría que lo hayan enfermado más bien todos esos años de dar clases, frente a tantísimos alumnos–larvas que no quisieron saber nunca nada de la Revolución del 44.
(Columna publicada el 2 de marzo de 2006.)
Nunca tuve respeto por el tedio. Por eso mismo me dormía en las clases, resueltamente. Estaba deprimido.
Un día, metido en un examen, me dio demasiado asco todo el asunto, me paré y le dije al tipo que impartía el curso: “Me rehúso a responder estas preguntas: son insultantes”. Y el tipo, bajando el tono de voz significativamente, me pregunta: “¿Cuál respuesta querés? Yo te la doy”.
Le dije: “Yo sé cuáles son las respuestas del examen. Simplemente no quiero responderlas. No es moral responder un examen como éste.”
Luego entendí que sólo había un lugar en dónde yo podía estar a salvo: la biblioteca. En la biblioteca me protegía yo, igual que un menesteroso se protege del frío. En ese lugar, leí un resto de cosas. Por ejemplo, leí a toda la generación del 27. Se puede decir que en la Universidad yo aprendí a ser autodidacta.
También me gustaba ir a tomar litros de cerveza a la Jacaranda. En eso no era muy original.
Nunca terminé la carrera. Un día me dije: “Que se vayan todos a la mierda, yo no necesito esto”. Y tenía razón: nunca he necesitado de un título. No se necesita de un título para ser escritor. Supongo que no me han extrañado mucho, en la Landivar.
¿Por qué estoy escribiendo de todo esto? Porque estaba viendo el otro día en las noticias que Juan Fernando Cifuentes está enfermo, y eso me retrotrajo a mi época universitaria. Dicen que Cifuentes enfermó de cisticerco, pero no me extrañaría que lo hayan enfermado más bien todos esos años de dar clases, frente a tantísimos alumnos–larvas que no quisieron saber nunca nada de la Revolución del 44.
(Columna publicada el 2 de marzo de 2006.)
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