A mí no me agarran
La primera vez que me topé con todo este asunto de la cienciología fue por medio de una revista que encontré en mi buzón, aunque estaba rotulada con el nombre de alguien más. Le eché un vistazo. No entendí nada. Me hablaba de Niveles OT, Thétans, Engramas… Entonces, la cienciología no era el fenómeno público que es ahora.
Hace unos días, iba yo caminando por la zona 4, y bueno, me los topé: los cientólogos, vendiendo los libros de dianética, en su propio changarro. Salí huyendo de allí: a mí no me agarran.
Soy un gran amante de la ciencia–ficción. Me parece que la ciencia–ficción es nuestra fuente más importante de mitología contemporánea. Le reservo un lugar muy especial al mito: el lugar prístino en dónde la moral puede reinventarse a sí misma, y reconsensuar más allá de los dogmas, formando la danza de los arquetipos. Todas las religiones nacieron de allí (Jodorowski nos habla de “sanar el mito”). En ese sentido, me parece que la religión debe progresar más y más hacia la ciencia–ficción, hacia la libertad mítica.
Los cienciólogos están haciendo justamente lo inverso: están tomando la ciencia–ficción y convirtiéndola en religión. Están asesinando el mito. Lo peor del caso es que están retomando los peores rasgos de las religiones conocidas: culto a la personalidad, sistema de castas, lavado de cerebro y manipulación psicológica, compraventa de lo sagrado, reclusión del individuo, uniformidad, caza de brujas, hostilidad a la crítica.
¿Cómo es que la cienciología nos vende más de lo mismo? Por medio del exotismo, el neologismo, la criptocracia.
Supongo que con este artículo ya me encuentro en la lista de “personas supresivas” de los que habla la cienciología. Y a mucha honra.
(Columna publicada el 9 de marzo de 2006.)
Hace unos días, iba yo caminando por la zona 4, y bueno, me los topé: los cientólogos, vendiendo los libros de dianética, en su propio changarro. Salí huyendo de allí: a mí no me agarran.
Soy un gran amante de la ciencia–ficción. Me parece que la ciencia–ficción es nuestra fuente más importante de mitología contemporánea. Le reservo un lugar muy especial al mito: el lugar prístino en dónde la moral puede reinventarse a sí misma, y reconsensuar más allá de los dogmas, formando la danza de los arquetipos. Todas las religiones nacieron de allí (Jodorowski nos habla de “sanar el mito”). En ese sentido, me parece que la religión debe progresar más y más hacia la ciencia–ficción, hacia la libertad mítica.
Los cienciólogos están haciendo justamente lo inverso: están tomando la ciencia–ficción y convirtiéndola en religión. Están asesinando el mito. Lo peor del caso es que están retomando los peores rasgos de las religiones conocidas: culto a la personalidad, sistema de castas, lavado de cerebro y manipulación psicológica, compraventa de lo sagrado, reclusión del individuo, uniformidad, caza de brujas, hostilidad a la crítica.
¿Cómo es que la cienciología nos vende más de lo mismo? Por medio del exotismo, el neologismo, la criptocracia.
Supongo que con este artículo ya me encuentro en la lista de “personas supresivas” de los que habla la cienciología. Y a mucha honra.
(Columna publicada el 9 de marzo de 2006.)
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