Otra vez el frío
Cielos paranormales de noviembre… Pero con este frío maldito, rara vez levanta uno la mirada. Se camina viendo la acera, rumiando el aire, compactado, torácico, con las manos en la chaqueta abultada, que en mi imaginación será siempre la canadiense de Oliveira (deseos de mi niño interior).
Amor al frío, porque genera y regenera los grumos neuropoéticos de mi cerebro. En efecto, es suya esa calidad transformadora. Ya Bachelard en El aire y los sueños ha establecido la relación que hay entre el aire frío y Nietzsche. A los depresivos yo les dirían: vayan a las calles, adoren el frío. Soy uno de esos. Sé de estas cosas. Traspasar el frío es como traspasar las siete esferas ptolomeicas. Una victoria de valkiria. Es poderoso. Por eso, cuando camino en estas calles, voy escuchando Mars Volta. Así hasta que anochece. Sombras de postes, sobre el asfalto que exhala o inhalando nocturnidad.
El riesgo más grande es quedarse quieto. Bajo ninguna circunstancia se quede Vd. quieto. ¿Está loco? Noviembre trae revelaciones, pero sólo a aquellos que no duermen. Si Vd. no tiene las fuerzas de terminar la cuadra, entonces, por el amor de Dios, no salga. Por ejemplo, si usted se llama Edgar Allan Poe, consume láudano, mucho alcohol, y tiene “diabetes, varios tipos de deficiencias enzimáticas, e incluso rabia” (Wikipedia), entonces hágame el favor: mejor quédese en su casa. No sea mula. “Pero es que yo no tengo casa”, dice Vd. Entonces lea a Nietzsche. “Es que no sé leer”, replica Vd. Entonces vaya a ponerle queja a la esposa del presidente, y dígale que de paso deje de hacer anuncios de inspiración, que para Eleanor Roosevelt le falta su poco.
Lo siento. Ya me estoy poniendo amargo. Es lo que les decía. El deprimido. Pero para eso el frío.
(Columna publicada el 30 de noviembre de 2006.)
Amor al frío, porque genera y regenera los grumos neuropoéticos de mi cerebro. En efecto, es suya esa calidad transformadora. Ya Bachelard en El aire y los sueños ha establecido la relación que hay entre el aire frío y Nietzsche. A los depresivos yo les dirían: vayan a las calles, adoren el frío. Soy uno de esos. Sé de estas cosas. Traspasar el frío es como traspasar las siete esferas ptolomeicas. Una victoria de valkiria. Es poderoso. Por eso, cuando camino en estas calles, voy escuchando Mars Volta. Así hasta que anochece. Sombras de postes, sobre el asfalto que exhala o inhalando nocturnidad.
El riesgo más grande es quedarse quieto. Bajo ninguna circunstancia se quede Vd. quieto. ¿Está loco? Noviembre trae revelaciones, pero sólo a aquellos que no duermen. Si Vd. no tiene las fuerzas de terminar la cuadra, entonces, por el amor de Dios, no salga. Por ejemplo, si usted se llama Edgar Allan Poe, consume láudano, mucho alcohol, y tiene “diabetes, varios tipos de deficiencias enzimáticas, e incluso rabia” (Wikipedia), entonces hágame el favor: mejor quédese en su casa. No sea mula. “Pero es que yo no tengo casa”, dice Vd. Entonces lea a Nietzsche. “Es que no sé leer”, replica Vd. Entonces vaya a ponerle queja a la esposa del presidente, y dígale que de paso deje de hacer anuncios de inspiración, que para Eleanor Roosevelt le falta su poco.
Lo siento. Ya me estoy poniendo amargo. Es lo que les decía. El deprimido. Pero para eso el frío.
(Columna publicada el 30 de noviembre de 2006.)
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