Hormigas en el frasco
Ya harto de toda relación legalista con la escritura, me vuelvo y devuelvo a la práctica del diario.
Me refiero a un diario de los de antes, escrito a mano, no un blog. Porque yo un blog ya lo tuve. Fascinante, pero allí no hay intimidad, cuando la intimidad es el propósito de todo diario. En el blog, el lector –que está previsto y anticipado– aliena toda la experiencia. Desfigura toda la experiencia.
Así empecé, hace ya casi unos quince. En un cuaderno, yo anotaba mis cositas, imitando las frases de, talvez, Alberti.
Elaborar un diario es poner el sentimiento a jugar como centrodelantero. Activar el olfato de los milagros, milagrear. Naturalmente, es perder el tiempo. Cueva del tesoro, a dónde llevamos poemas y miserias. Territorio de la mirada que se mira a sí misma. Recámara de los veintiún pudores. Ciudadela de las defecaciones. Danza alquimizante de los retazos. Bestiario. Mariposario. Cucarachario. Intersección.
En el diario puedo por fin cultivar el género más grande de todos los géneros chiquitos: el aforismo. Que Lichtenberg se revuelque en su tumba. Que Bufalino... Que Canetti...
No está de más adornarlo un poco. Por eso voy pegando toda suerte de cosas. Fragmento de un manifiesto situacionista, recorte del horóscopo de hoy, letra de Strange Fruit de Billie Holiday, foto de obra de Lucio Fontana, dibujo sumamente erótico de Milo Manara, ticket de concierto, todo diagramado en secuencia vulnerable, caótica.
Tributo a la quinceañera. Tributo a la niña amarilla que habita mi páncreas. En este corazón no hay sino muchas hormigas llevándose el amor a otra parte. Entonces, hay que guardar todas esas hormigas en un frasco. El frasco, pues, es el diario.
Y el diario soy yo, mintiéndome.
Leyendo lo escrito, descubro con espanto que soy humano. Ya era hora.
(Columna publicada el 7 de diciembre de 2006.)
Me refiero a un diario de los de antes, escrito a mano, no un blog. Porque yo un blog ya lo tuve. Fascinante, pero allí no hay intimidad, cuando la intimidad es el propósito de todo diario. En el blog, el lector –que está previsto y anticipado– aliena toda la experiencia. Desfigura toda la experiencia.
Así empecé, hace ya casi unos quince. En un cuaderno, yo anotaba mis cositas, imitando las frases de, talvez, Alberti.
Elaborar un diario es poner el sentimiento a jugar como centrodelantero. Activar el olfato de los milagros, milagrear. Naturalmente, es perder el tiempo. Cueva del tesoro, a dónde llevamos poemas y miserias. Territorio de la mirada que se mira a sí misma. Recámara de los veintiún pudores. Ciudadela de las defecaciones. Danza alquimizante de los retazos. Bestiario. Mariposario. Cucarachario. Intersección.
En el diario puedo por fin cultivar el género más grande de todos los géneros chiquitos: el aforismo. Que Lichtenberg se revuelque en su tumba. Que Bufalino... Que Canetti...
No está de más adornarlo un poco. Por eso voy pegando toda suerte de cosas. Fragmento de un manifiesto situacionista, recorte del horóscopo de hoy, letra de Strange Fruit de Billie Holiday, foto de obra de Lucio Fontana, dibujo sumamente erótico de Milo Manara, ticket de concierto, todo diagramado en secuencia vulnerable, caótica.
Tributo a la quinceañera. Tributo a la niña amarilla que habita mi páncreas. En este corazón no hay sino muchas hormigas llevándose el amor a otra parte. Entonces, hay que guardar todas esas hormigas en un frasco. El frasco, pues, es el diario.
Y el diario soy yo, mintiéndome.
Leyendo lo escrito, descubro con espanto que soy humano. Ya era hora.
(Columna publicada el 7 de diciembre de 2006.)
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