Movimiento
Una cosa deberá tomar en cuenta la municipalidad entrante: a estas alturas, la única política urbana coherente es aquella que consiga establecer retículas expansivas de seguridad pública. Lo demás es botox. ¿Qué funcionario cohesionará, tonsurará, pondrá orden, en su lugar a la gran ramera de las aglomeraciones, taimará su alma atroz? Pensemos en el alcalde como en un productor de dinámicas, de corrientes urbanas que arrastren consigo el crimen, impidiéndole echar raíces. Una capital cinética, fluyente –la clave de la protección civil es el movimiento. Ya no ordenar en función de asentar o distribuir a las masas, sino al contrario: ponerlas en trayectos fijos de intercambio. Descompartimentalizar la ciudad. Decontruir lo estanco. En el fondo, todo proyecto edilicio que se precie de serlo deberá encontrar maneras de desanimar la formación de islas–estrato, y corroer –por medio del diálogo urbano– esa tendencia implosiva de la ciudad de Guatemala a reificar las diferencias sociales. Visto así, el problema de la seguridad pública se convierte en un problema de circulación. Ahora bien, cuando digo circulación no me limito, ingenuamente, al concepto de circulación vehicular (aún siendo primordial) o peatonal (por demás prácticamente inexistente en Guatemala, habiendo tantos peatones). Al alcalde también le corresponde hacer circular valores, ideas, imágenes, inaugurar permanentemente otras formas de flujo. Una ciudad no sólo se limita al soporte físico que llamamos ciudad, su materialidad, sino es antes incluso un imaginario y una mentalidad, y necesita ser liberada de sus neurosis, de sus bloqueos, de sus inacabables aprensiones. Y sin embargo se habla muy poco de esta función terapéutica de la Municipalidad. Pues bien: el momento es ahora.
(Columna publicada el 19 de abril de 2007.)
(Columna publicada el 19 de abril de 2007.)
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