Mixiones (XII)
Domingo. El domingo es un día que ha siempre ha tenido un significado que le es muy particular, desde niño hacia acá. En mi infancia yo leía justo al levantarme, todavía en cama. Almorzaba en almuerzos insoportables con mis padres. Eran domingos entonces rupestres y solitarios, que me daban siempre la sensación irrevocable de que la belleza y lo sublime estaban en otro lado.
Nociones para una enfermedad bastante impositiva. La enfermedad se desplaza en mi psique, trashumante; como un pájaro de sombra, si el hábitat se ha vuelto hostil, emigra, pero sabe –lo sabe, tiene conciencia propia– que ningún hábitat es más hostil que lo que ella misma es y promete. Es de su interés devorarlo todo, no dejar virgen ninguna parte de mi alma. Si se le ataca por un lado, aparece por otro; es su simple, primario interés manifestarse. Escoge los lados débiles, y sin embargo no: los lados fuertes, amurallados, también son preferencia. Pues frustrar es placer. Nunca muere. Se adapta al territorio, lo readapta después, a su antojo. Cómo hunde sus colmillos obsesivos, cuánta sangre ya suya, motivada, doméstica en su encanto cruel, aprisionada en su lujuria. Su mayor aliada es una idea fija, es cualquier idea que no cambia, cualquier propósito paulatinamente maniático.
El secreto. Uno encuentra una forma de escribir, y comienza el miedo: ¿y si pierdo esta forma de escribir?, ¿y si no encuentro otra forma de escribir? Y uno usa relativamente muy poco esta forma de escribir tan nueva y efectiva, para no gastarla. Pero precisamente, lo que hay que hacer es abalanzarse, atropellar, adentro con todo en esta nueva forma de escribir. En el agotamiento de esta forma de escribir están las demás formas de escribir.
(Columna publicada el 8 de enero de 2004.)
Nociones para una enfermedad bastante impositiva. La enfermedad se desplaza en mi psique, trashumante; como un pájaro de sombra, si el hábitat se ha vuelto hostil, emigra, pero sabe –lo sabe, tiene conciencia propia– que ningún hábitat es más hostil que lo que ella misma es y promete. Es de su interés devorarlo todo, no dejar virgen ninguna parte de mi alma. Si se le ataca por un lado, aparece por otro; es su simple, primario interés manifestarse. Escoge los lados débiles, y sin embargo no: los lados fuertes, amurallados, también son preferencia. Pues frustrar es placer. Nunca muere. Se adapta al territorio, lo readapta después, a su antojo. Cómo hunde sus colmillos obsesivos, cuánta sangre ya suya, motivada, doméstica en su encanto cruel, aprisionada en su lujuria. Su mayor aliada es una idea fija, es cualquier idea que no cambia, cualquier propósito paulatinamente maniático.
El secreto. Uno encuentra una forma de escribir, y comienza el miedo: ¿y si pierdo esta forma de escribir?, ¿y si no encuentro otra forma de escribir? Y uno usa relativamente muy poco esta forma de escribir tan nueva y efectiva, para no gastarla. Pero precisamente, lo que hay que hacer es abalanzarse, atropellar, adentro con todo en esta nueva forma de escribir. En el agotamiento de esta forma de escribir están las demás formas de escribir.
(Columna publicada el 8 de enero de 2004.)
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