MINUGUA blues
Fata morgana, brisa, formalidad cronometrada: MINUGUA.
La democracia, o libertad colectiva, más que una conquista de la razón, es un estado de gracia de la historia. No es producto del esfuerzo, no es producto del capital, no es producto del discurso, no es producto de la lucha, no es producto de la tecnología, y no es vigilable. De esa cuenta, organizaciones como MINUGUA no pasan de ser meros decorados de la civilización reciente, que es nada sin esos decorados. Se nos educa para pensar que detrás de tales fachadas, esas capas o cáscaras, existe una democracia mesiánica, incluso esencial, transhistórica. Grandísima superstición. La democracia es historia en sí misma. Vista desde el Hubble, es un cráter ridículo.
Lo cuál no quiere decir que hay que engancharse. He conocido a hombres que con sólo mencionarles la palabra “MINUGUA” echan babas ignotas. Ya han pasado diez años, y todavía eso les amarga la vida. Cuando mueran, tiernos querubines cantarán melodías simpáticas, invitándolos a pasar adelante –al cielo, suponemos– pero incluso entonces van a seguir espoleándose la tripa con el tema.
La fijación simbiótica–incestuosa (expresión cortesía de Dr. Fromm) la tienen más bien ellos. Hay cordones umbilicales que vienen en negativo. No hay mayor dependencia que el desdén. La crítica obcecada genera peores formas de subordinación, me consta. En la mente de estos patriotas es MINUGUA la que ha imposibilitado el progreso del país, lo cuál es desconcertante, por infantil. Éstas son nuestras tácticas de distracción, hoy en día. Ojalá que no repitan el numerito con un probable sucedáneo de MINUGUA, la CICIACS. ¿Qué sector del hígado le reservan a la CICIACS? No saben tocar el blues.
(Columna publicada el 24 de noviembre de 2004.)
La democracia, o libertad colectiva, más que una conquista de la razón, es un estado de gracia de la historia. No es producto del esfuerzo, no es producto del capital, no es producto del discurso, no es producto de la lucha, no es producto de la tecnología, y no es vigilable. De esa cuenta, organizaciones como MINUGUA no pasan de ser meros decorados de la civilización reciente, que es nada sin esos decorados. Se nos educa para pensar que detrás de tales fachadas, esas capas o cáscaras, existe una democracia mesiánica, incluso esencial, transhistórica. Grandísima superstición. La democracia es historia en sí misma. Vista desde el Hubble, es un cráter ridículo.
Lo cuál no quiere decir que hay que engancharse. He conocido a hombres que con sólo mencionarles la palabra “MINUGUA” echan babas ignotas. Ya han pasado diez años, y todavía eso les amarga la vida. Cuando mueran, tiernos querubines cantarán melodías simpáticas, invitándolos a pasar adelante –al cielo, suponemos– pero incluso entonces van a seguir espoleándose la tripa con el tema.
La fijación simbiótica–incestuosa (expresión cortesía de Dr. Fromm) la tienen más bien ellos. Hay cordones umbilicales que vienen en negativo. No hay mayor dependencia que el desdén. La crítica obcecada genera peores formas de subordinación, me consta. En la mente de estos patriotas es MINUGUA la que ha imposibilitado el progreso del país, lo cuál es desconcertante, por infantil. Éstas son nuestras tácticas de distracción, hoy en día. Ojalá que no repitan el numerito con un probable sucedáneo de MINUGUA, la CICIACS. ¿Qué sector del hígado le reservan a la CICIACS? No saben tocar el blues.
(Columna publicada el 24 de noviembre de 2004.)
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