'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Meditación del ovillo


Ese Quiroa era un viejo chispudo. Siempre que hablábamos me quedaba yo con la vaga sensación de que era más rápido que yo, en cuánto a ocurrencias, en cuánto a sagacidad, ¿me entienden?, lo cuál lastimaba un poco mi ego, treinta y nueve años más joven que el suyo, por lo tanto más dispuesto a incurrir en lamentables resistencias, comparaciones, sinsentidos semejantes. Todo ese diálogo interior: “¿Porqué no respondí tal cosa cuando él me dijo aquello?... Me habría sin duda respetado.”

Hay una edad en la cuál uno sólo quiere decir cosas ingeniosas, y por supuesto, sólo dice burradas.

Dicen que era un gato viejo, pero en verdad Quiroa era un viejo lobo: producto de la experiencia y la ideología. No es irrazonable pensar que entre un lobo y un gato hay cierta diferencia. Quiroa era el lobo, repito. El gato he sido yo, un pobre gato con el ego enorme –blando y complicado ovillo de lana. De ahora en adelante, mi ego seguirá haciéndose más viejo, más mezquino, más inútil, más enrevesado; Quiroa, en cambio, ya desenredó, de una vez por todas, el suyo.

La muerte es una ventaja generacional que los viejos siempre terminan aprovechando.

No me llevaba mal con él: simplemente no había relación. Y sin embargo, evoco gustosamente que, cuando hablábamos, me hacía reír. Qué puedo decir: el viejo era chispudo. Me contó de cómo su cuerpo lo mandó a que dejara de tomar. Se tomaba el trago, y lo devolvía. Entonces supo que había llegado el momento de renunciar al tapis, de obedecer al cuerpo. Una era había terminado. Pero el cuerpo todavía tenía un reclamo, una carta bajo la manga: un cáncer linfático. El cáncer, se me figura, es el ego privado del cuerpo: un ovillo de células torcidas. No lo dejen crecer.


(Columna publicada el 4 de noviembre de 2004.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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