Las damiselas
En 1906, hace cien años entonces, se gestaba una de las obras más significativas que ha dado el ser humano, la más importante del siglo XX, se asegura. Una marejada de bocetos preparaba el advenimiento del lienzo–mesías.
Les demoiselles d´Avignon es: colisión de todos nuestros modelos epistemológicos, golpe zen a la vasija de los paradigmas, desintegración de la perspectiva, por tanto de la moral, lúdica reevaluación del concepto de belleza, precipitación de la vanguardia como actitud central ante la vida; y a la vez: feral hundimiento en las aguas de los arquetipos primitivos, continuidad y audaz revisitación de los legados de la pintura, reivindicación autoritaria del género y sus posibilidades.
No todos los que pintan prostitutas logran semejante efecto.
De un lado, están todas esas geometrizaciones, esas definiciones violentas, esa fragmentación general de la realidad. Es el espanto.
Pero también Picasso habría de definir a Les demoiselles d´Avignon como su “primera tela de exorcismo”. ¿Y qué es un exorcismo sino un ticket de vuelta al origen, al estado de inocencia y de la unidad (el famoso “multiperspectivismo”, que es la expresión de la mística–ubicuidad picassiana)?
Picasso destruye creando, y creando destruye. Se le ha descrito a este artista como un río, y la imagen no es sólo bonita: es exacta. Hay una gran energía erótica en Picasso, como se sabe, y (como también se sabe) el erotismo es el reverso de la destrucción. Lo genésico, lo dinámico, es productor de muerte (un ejemplo propicio: ¿no hay algo más muerto que el cubismo?, ¿no contribuyó el mismo Picasso a enterrar el movimiento?).
No me cabe la menor duda de que cuando Picasso terminó Les demoiselles d´Avignon, Dios se sintió un poco incómodo.
(Columna publicada el 12 de octubre de 2006.)
Les demoiselles d´Avignon es: colisión de todos nuestros modelos epistemológicos, golpe zen a la vasija de los paradigmas, desintegración de la perspectiva, por tanto de la moral, lúdica reevaluación del concepto de belleza, precipitación de la vanguardia como actitud central ante la vida; y a la vez: feral hundimiento en las aguas de los arquetipos primitivos, continuidad y audaz revisitación de los legados de la pintura, reivindicación autoritaria del género y sus posibilidades.
No todos los que pintan prostitutas logran semejante efecto.
De un lado, están todas esas geometrizaciones, esas definiciones violentas, esa fragmentación general de la realidad. Es el espanto.
Pero también Picasso habría de definir a Les demoiselles d´Avignon como su “primera tela de exorcismo”. ¿Y qué es un exorcismo sino un ticket de vuelta al origen, al estado de inocencia y de la unidad (el famoso “multiperspectivismo”, que es la expresión de la mística–ubicuidad picassiana)?
Picasso destruye creando, y creando destruye. Se le ha descrito a este artista como un río, y la imagen no es sólo bonita: es exacta. Hay una gran energía erótica en Picasso, como se sabe, y (como también se sabe) el erotismo es el reverso de la destrucción. Lo genésico, lo dinámico, es productor de muerte (un ejemplo propicio: ¿no hay algo más muerto que el cubismo?, ¿no contribuyó el mismo Picasso a enterrar el movimiento?).
No me cabe la menor duda de que cuando Picasso terminó Les demoiselles d´Avignon, Dios se sintió un poco incómodo.
(Columna publicada el 12 de octubre de 2006.)
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