Lars Von Trier
Lars Von Trier está a punto de convertirse en mi director favorito. El director de Breaking the Waves (1996), Idioterne (1998), Dancer in the Dark (2000), ha dado una estocada maestra con su última película, Dogville (2003).
A veces pienso: “Dichosos aquellos que tuvieron la oportunidad de ver tal película de Fellini, o de Kubrick, cuando fue estrenada…”
Dichosos aquellos que fueron a ver Dr. Strangelove cuando fue estrenada, y luego 2001: A Space Odyssey cuando fue estrenada, y luego A Clockwork Orange cuando fue estrenada (a mí me tocó ir a ver, horror de horrores, Eyes wide shut, que naturalmente cuenta menos). Es decir, algunas personas con más edad que yo tuvieron la oportunidad de apreciar la gestión viva de un director, su crecimiento, su trabajo en evolución directa. Cuando yo vi por primera vez todas estas películas, ya habían sido estrenadas desde hace mucho tiempo y tenían encima el polvo anciano y dorado del mito. Lo que yo recibí es la obra terminada, no la obra en proceso.
Pero puedo decir, con algún orgullo, que soy un contemporáneo del danés Lars Von Trier.
Cuando escuché por primera vez de Lars Von Trier, fue por todo ese revuelo pueril y semipublicitario (así lo percibía yo entonces) que causó el manifiesto del Dogma. Cualquier persona que ha estudiado el arte del siglo XX desconfía de los manifiestos como de una serpiente barba amarilla.
Pero digamos que mi opinión dio un giro forzado cuando vi el filme Los idiotas. Y se convirtió del todo cuando llegó a mis manos el DVD de Dancer in the Dark. Von Trier no necesita de efectos especiales ni de grandes presupuestos para meterse en la parte más lóbrega del corazón, y señalar de esa cuenta la hipocresía, doble moral, y crueldad humanas, sin por ello recurrir a consabidas truculencias de videoclip.
(Columna publicada el 12 de agosto de 2004.)
A veces pienso: “Dichosos aquellos que tuvieron la oportunidad de ver tal película de Fellini, o de Kubrick, cuando fue estrenada…”
Dichosos aquellos que fueron a ver Dr. Strangelove cuando fue estrenada, y luego 2001: A Space Odyssey cuando fue estrenada, y luego A Clockwork Orange cuando fue estrenada (a mí me tocó ir a ver, horror de horrores, Eyes wide shut, que naturalmente cuenta menos). Es decir, algunas personas con más edad que yo tuvieron la oportunidad de apreciar la gestión viva de un director, su crecimiento, su trabajo en evolución directa. Cuando yo vi por primera vez todas estas películas, ya habían sido estrenadas desde hace mucho tiempo y tenían encima el polvo anciano y dorado del mito. Lo que yo recibí es la obra terminada, no la obra en proceso.
Pero puedo decir, con algún orgullo, que soy un contemporáneo del danés Lars Von Trier.
Cuando escuché por primera vez de Lars Von Trier, fue por todo ese revuelo pueril y semipublicitario (así lo percibía yo entonces) que causó el manifiesto del Dogma. Cualquier persona que ha estudiado el arte del siglo XX desconfía de los manifiestos como de una serpiente barba amarilla.
Pero digamos que mi opinión dio un giro forzado cuando vi el filme Los idiotas. Y se convirtió del todo cuando llegó a mis manos el DVD de Dancer in the Dark. Von Trier no necesita de efectos especiales ni de grandes presupuestos para meterse en la parte más lóbrega del corazón, y señalar de esa cuenta la hipocresía, doble moral, y crueldad humanas, sin por ello recurrir a consabidas truculencias de videoclip.
(Columna publicada el 12 de agosto de 2004.)
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