La marcha pobre
Contrariamente a lo que dieron a entender los periódicos, la marcha del viernes pasado no pasó de ser una gran decepción. Organización dudosa, falta evidente de oradores lucidos, ninguna seriedad civil.
En efecto, ha quedado desaprovechada una oportunidad de oro de hacer catarsis. A cambio se nos engañó con un evento macilento, pálido holograma colectivo, que no alcanzó a conmover en verdad a los presentes. No es poniendo a dos niños a leer un texto intensamente aburrido cómo vamos a invocar la poesía de la dignidad… Y créanme, los niños hicieron un mejor papel que los adultos. Guatemala solía tener grandes oradores. ¿En dónde están ahora?
No es regateando el dolor del guatemalteco y reduciéndolo a un débil evento sin vida (cuando se supone que es justamente la vida lo que se está defendiendo) como vamos a detener la violencia. ¿O será que incluso para sufrir somos pobres? Difícil creerlo. Si la marcha como tal careció de entusiasmo, si la asistencia apenas alcanzaba a generar un grito audible de indignación, no es por falta alguna de sufrimiento, es que no sabemos expresarlo: viene a ser completamente distinto. Y nadie se ocupa en mostrarnos cómo hacerlo. Ciertamente no el triunvirato conformado por la Alianza Evangélica, el Arzobispado, y la Procuraduría de los Derechos Humanos. Una terna que puso más énfasis en marcar lo poco que tenían que ver con otras secciones que se habían unido a la marcha, que en dar un espíritu de identidad a la masa congregada en el Plaza de la Constitución. Lo cierto es que las personas encargadas de organizar marchas y mítines en el país no saben inspirar a las multitudes, no saben cómo ocasionar un escalofrío, una lágrima en los corazones, de sí vulnerables, de sí fáciles de conmover. Como decía Gide, con buenas intenciones no se hacen buenas novelas.
(Columna publicada el 19 de agosto de 2004.)
En efecto, ha quedado desaprovechada una oportunidad de oro de hacer catarsis. A cambio se nos engañó con un evento macilento, pálido holograma colectivo, que no alcanzó a conmover en verdad a los presentes. No es poniendo a dos niños a leer un texto intensamente aburrido cómo vamos a invocar la poesía de la dignidad… Y créanme, los niños hicieron un mejor papel que los adultos. Guatemala solía tener grandes oradores. ¿En dónde están ahora?
No es regateando el dolor del guatemalteco y reduciéndolo a un débil evento sin vida (cuando se supone que es justamente la vida lo que se está defendiendo) como vamos a detener la violencia. ¿O será que incluso para sufrir somos pobres? Difícil creerlo. Si la marcha como tal careció de entusiasmo, si la asistencia apenas alcanzaba a generar un grito audible de indignación, no es por falta alguna de sufrimiento, es que no sabemos expresarlo: viene a ser completamente distinto. Y nadie se ocupa en mostrarnos cómo hacerlo. Ciertamente no el triunvirato conformado por la Alianza Evangélica, el Arzobispado, y la Procuraduría de los Derechos Humanos. Una terna que puso más énfasis en marcar lo poco que tenían que ver con otras secciones que se habían unido a la marcha, que en dar un espíritu de identidad a la masa congregada en el Plaza de la Constitución. Lo cierto es que las personas encargadas de organizar marchas y mítines en el país no saben inspirar a las multitudes, no saben cómo ocasionar un escalofrío, una lágrima en los corazones, de sí vulnerables, de sí fáciles de conmover. Como decía Gide, con buenas intenciones no se hacen buenas novelas.
(Columna publicada el 19 de agosto de 2004.)
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