El interior
Se habla del “interior” para designar todo aquello que no es la ciudad. “Hoy me fui al interior”, así dice la gente comúnmente. Una expresión como ésa me resulta por mucho extravagante.
Es que para mí el interior es básicamente el exterior, y la provincia un mundo aparte y periférico. Esta psicología (o soberbia) urbana ha sido la mía desde siempre. Entonces, cada vez que alguien dice “vengo del interior” me cortocircuitan escandalosamente el esquema. ¿Se puede estar más adentro que en la capital, acaso?
Al lado de un pueblo hay otro pueblo, al lado de un árbol hay otro árbol. Pero al lado de la ciudad de Guatemala no hay otra ciudad de Guatemala. Imposible encontrar un sentido de adyacencia, de continuidad, de comunicación. Estamos encerrados. Estamos encerrados en el interior. Y justamente: lo aterrador es que no hay más interior que eso, no hay a dónde ir. A menos que optemos por implosiones artificiales, como la droga, pero la droga desemboca a la larga en nada o locura. También está la religión: en los templos, iglesias, grupos de autoayuda (y etcétera) las personas (ya de si congregadas por el mero hecho de vivir en una ciudad) se sobrecongregan, se congregan dos veces, lo cuál les da un sentido ilusorio de profundidad.
La migración malsana y centralizante de las comunidades rurales a la capital no ayuda en nada a clarificar las cosas.
La capital es un vientre que produce cada vez más materia, más asfixia. Nos acercamos peligrosamente los unos a los otros. La respuesta es la violencia y el ritual urbano de la sangre. A través del crimen exteriorizamos lo que no podemos exteriorizar urbanísticamente (no hay parques, diseños de ocio, evasiones). Mientras siga en pie esa muralla paranoide que separa a la ciudad de lo rural, nos vamos a seguir matando entre nosotros.
(Columna publicada el 5 de agosto de 2004.)
Es que para mí el interior es básicamente el exterior, y la provincia un mundo aparte y periférico. Esta psicología (o soberbia) urbana ha sido la mía desde siempre. Entonces, cada vez que alguien dice “vengo del interior” me cortocircuitan escandalosamente el esquema. ¿Se puede estar más adentro que en la capital, acaso?
Al lado de un pueblo hay otro pueblo, al lado de un árbol hay otro árbol. Pero al lado de la ciudad de Guatemala no hay otra ciudad de Guatemala. Imposible encontrar un sentido de adyacencia, de continuidad, de comunicación. Estamos encerrados. Estamos encerrados en el interior. Y justamente: lo aterrador es que no hay más interior que eso, no hay a dónde ir. A menos que optemos por implosiones artificiales, como la droga, pero la droga desemboca a la larga en nada o locura. También está la religión: en los templos, iglesias, grupos de autoayuda (y etcétera) las personas (ya de si congregadas por el mero hecho de vivir en una ciudad) se sobrecongregan, se congregan dos veces, lo cuál les da un sentido ilusorio de profundidad.
La migración malsana y centralizante de las comunidades rurales a la capital no ayuda en nada a clarificar las cosas.
La capital es un vientre que produce cada vez más materia, más asfixia. Nos acercamos peligrosamente los unos a los otros. La respuesta es la violencia y el ritual urbano de la sangre. A través del crimen exteriorizamos lo que no podemos exteriorizar urbanísticamente (no hay parques, diseños de ocio, evasiones). Mientras siga en pie esa muralla paranoide que separa a la ciudad de lo rural, nos vamos a seguir matando entre nosotros.
(Columna publicada el 5 de agosto de 2004.)
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