Largo monólogo del Fariseo
Ya me había advertido el Fariseo que siempre, con la llegada del Mundial, es tradición de su cuerpo enfermarse violentamente: así de íntima y visceral es la experiencia en su caso. Así que procedo a visitarlo, y está metido en cama, ardiendo en fiebre, delirando en suma.
El Fariseo habla sin parar, sin orden, ni dirección. Es como si tuviera el esfínter discursivo completamente desajustado.
Primero me habla de cierta vez que salió a cazar pijijes con su padre; luego me habla de los seis reinos budistas (¡cuidado con los Fantasmas Hambrientos!, advierte en tono tenebroso); tararea una canción de Dylan; me comenta de una película de Matthew Barney titulada “Drawing Restraint 9” (“¡brillante!, ¡brillante!, enfatiza); confiesa que lo timaron en Cuba de la manera más imbécil ($25); confiesa haberse dormido en un concierto de Rostropovich; expresa tristeza al recordar a una niña a la cuál conoció en Francia –siendo niño él también– porque nunca se atrevió a darle un beso (en ese momento, el Fariseo tirita con dramatismo); me habla del prólogo del Tractatus Logico–Philosophicus (dice llorando, los ojos bien abiertos: “Es divino”); asegura que una de las experiencias más profundas de su vida es haber tenido en sus propias manos, estando en las mazmorras académicas de una universidad española, un incunable; afirma, no sin cierta mística, haber ingresado al caos, en un viaje de psilocibina; me habla de cierto Maximón que está hundido en las entrañas del mundo indígena y del cuál el mundo occidental no tiene noticia; cita a J.G. Ballard; se burla de Pepe Milla; incluso me habla de Maradona.
Lo dejo allí, hundido en un sueño de tylenol pm.
(Columna publicada el 4 de mayo de 2006.)
El Fariseo habla sin parar, sin orden, ni dirección. Es como si tuviera el esfínter discursivo completamente desajustado.
Primero me habla de cierta vez que salió a cazar pijijes con su padre; luego me habla de los seis reinos budistas (¡cuidado con los Fantasmas Hambrientos!, advierte en tono tenebroso); tararea una canción de Dylan; me comenta de una película de Matthew Barney titulada “Drawing Restraint 9” (“¡brillante!, ¡brillante!, enfatiza); confiesa que lo timaron en Cuba de la manera más imbécil ($25); confiesa haberse dormido en un concierto de Rostropovich; expresa tristeza al recordar a una niña a la cuál conoció en Francia –siendo niño él también– porque nunca se atrevió a darle un beso (en ese momento, el Fariseo tirita con dramatismo); me habla del prólogo del Tractatus Logico–Philosophicus (dice llorando, los ojos bien abiertos: “Es divino”); asegura que una de las experiencias más profundas de su vida es haber tenido en sus propias manos, estando en las mazmorras académicas de una universidad española, un incunable; afirma, no sin cierta mística, haber ingresado al caos, en un viaje de psilocibina; me habla de cierto Maximón que está hundido en las entrañas del mundo indígena y del cuál el mundo occidental no tiene noticia; cita a J.G. Ballard; se burla de Pepe Milla; incluso me habla de Maradona.
Lo dejo allí, hundido en un sueño de tylenol pm.
(Columna publicada el 4 de mayo de 2006.)
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