El Lugar Santísimo
Toco el timbre. El guardaespaldas me permite entrar en la casa formidable, me guía hasta el “Lugar Santísimo del Tabernáculo”, que no es otra cosa que el cuarto para ver la tele. El Fariseo ha mandado a diseñar especialmente este lugar para sus partidos de fut –o programas tipo American Idol, CSI, y cada cierto tiempo, Citizen Kane.
Cuenta con una obscena pantalla de plasma, alucinante sistema de home theater (“un prototipo”, me dice, “ni siquiera ha sido lanzado al mercado”), un bar monumental con por lo menos ciento setenta y cinco marcas distintas de licores, una silla Shiatsu de tres mil dólares para masajes (seis intensidades), y afiches originales de películas famosas (Alex, de La Naranja Mecánica, me mira fijamente a los ojos).
El Fariseo me ha invitado a ver American Idol.
–Fariseo, ¿cómo es qué te gusta tanto American Idol?
–Por la misma razón por la cuál tú lees a Baudrillard o un montón de tarados consideran importante visitar la Bienal del Whitney –contesta, cortante.
Ha sentido en mi pregunta un reproche. Con el Fariseo es mejor no meterse.
–Bueno, ¿y a quién le vas?
–Me gusta Elliot. El más noble de todos.
–¿Y qué hay del roquero?
–Sí, no está mal, mucha actitud…
La silla Shiatsu es una maravilla. Me hundo en su miel de vibraciones. Casi soy feliz. Pero entonces recuerdo a Ramiro, asesinado hace unos días por no pagar el impuesto a los mareros…
–La compré en Semana Santa –sigue el Fariseo–. El mismo día de la protesta de los inmigrantes en Nueva York. La vi en Madison Avenue. La compré allí mismo…
Luego hablamos de fútbol. Le comento que mi equipo preferido desde niño ha sido Alemania, por lo cuál este mundial tiene un significado especial para mí. En un momento, el Fariseo argumenta, muy serio:
–Deberían de construir un estadio encima de Dachau.
Y luego se sirve una cerveza Warsteiner.
(Columna publicada el 27 de abril de 2006.)
Cuenta con una obscena pantalla de plasma, alucinante sistema de home theater (“un prototipo”, me dice, “ni siquiera ha sido lanzado al mercado”), un bar monumental con por lo menos ciento setenta y cinco marcas distintas de licores, una silla Shiatsu de tres mil dólares para masajes (seis intensidades), y afiches originales de películas famosas (Alex, de La Naranja Mecánica, me mira fijamente a los ojos).
El Fariseo me ha invitado a ver American Idol.
–Fariseo, ¿cómo es qué te gusta tanto American Idol?
–Por la misma razón por la cuál tú lees a Baudrillard o un montón de tarados consideran importante visitar la Bienal del Whitney –contesta, cortante.
Ha sentido en mi pregunta un reproche. Con el Fariseo es mejor no meterse.
–Bueno, ¿y a quién le vas?
–Me gusta Elliot. El más noble de todos.
–¿Y qué hay del roquero?
–Sí, no está mal, mucha actitud…
La silla Shiatsu es una maravilla. Me hundo en su miel de vibraciones. Casi soy feliz. Pero entonces recuerdo a Ramiro, asesinado hace unos días por no pagar el impuesto a los mareros…
–La compré en Semana Santa –sigue el Fariseo–. El mismo día de la protesta de los inmigrantes en Nueva York. La vi en Madison Avenue. La compré allí mismo…
Luego hablamos de fútbol. Le comento que mi equipo preferido desde niño ha sido Alemania, por lo cuál este mundial tiene un significado especial para mí. En un momento, el Fariseo argumenta, muy serio:
–Deberían de construir un estadio encima de Dachau.
Y luego se sirve una cerveza Warsteiner.
(Columna publicada el 27 de abril de 2006.)
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