El Fariseo
Mi relación con el fútbol ha sido siempre estrictamente intelectual. Quiero decir que mi relación con el fútbol ha sido de amor y de odio, pero de amor y odio filosóficos. Me han mostrado el fiasco y gloria del fútbol los escritores, los columnistas. Cosa parecida me sucedió con las corridas de toros: si alguna vez mostré cualquier interés por estos rituales bárbaros y existencialistas fue por culpa de los hombres y semihombres de letras (Hemingway, Lorca).
Entre mis conocidos más preciados se encuentra un personaje nada frecuente al cuál los cuates llamamos el Fariseo, cariñosamente, por sus discursos, que incluyen siempre citas demasiado compuestas, demasiado inteligentes, sutiles, exageradas, solemnes, insoportables. El Fariseo es un escritor, aunque jamás ha publicado nada.
Lo menciono aquí porque el Fariseo es tremendo amante del fútbol, que para él, más que un deporte, es una especie de universo teórico que le permite formular grandes especulaciones sobre todo y la Nada.
Lo veo poco, al Fariseo, pero siempre, cuando se acerca el Mundial, me acerco a él, en busca de su sapiencia interminable. El Fariseo es una lumbrera, un preceptor, una especie de dantesco Virgilio. Cada vez que se presenta un torneo futbolístico de magnitud, me guía por la infernal secuencia de las eliminatorias, me ayudar a traspasar las dimensiones alienígenas y combadas del balompié, al final me deposita del otro lado sano y salvo. Por supuesto, no todos tienen la suerte de contar con un aliado como el Fariseo, y se pierden en los Abismos y Callejones del Juego, y terminan locos o alcohólicos, sin mujer, sin hijos, vagando por las calles ignominiosas, balbuceando nombres de guardametas famosos. Lo sé, lo he visto. Cada cuatro años es la misma historia.
(Columna publicada el 20 de abril de 2006.)
Entre mis conocidos más preciados se encuentra un personaje nada frecuente al cuál los cuates llamamos el Fariseo, cariñosamente, por sus discursos, que incluyen siempre citas demasiado compuestas, demasiado inteligentes, sutiles, exageradas, solemnes, insoportables. El Fariseo es un escritor, aunque jamás ha publicado nada.
Lo menciono aquí porque el Fariseo es tremendo amante del fútbol, que para él, más que un deporte, es una especie de universo teórico que le permite formular grandes especulaciones sobre todo y la Nada.
Lo veo poco, al Fariseo, pero siempre, cuando se acerca el Mundial, me acerco a él, en busca de su sapiencia interminable. El Fariseo es una lumbrera, un preceptor, una especie de dantesco Virgilio. Cada vez que se presenta un torneo futbolístico de magnitud, me guía por la infernal secuencia de las eliminatorias, me ayudar a traspasar las dimensiones alienígenas y combadas del balompié, al final me deposita del otro lado sano y salvo. Por supuesto, no todos tienen la suerte de contar con un aliado como el Fariseo, y se pierden en los Abismos y Callejones del Juego, y terminan locos o alcohólicos, sin mujer, sin hijos, vagando por las calles ignominiosas, balbuceando nombres de guardametas famosos. Lo sé, lo he visto. Cada cuatro años es la misma historia.
(Columna publicada el 20 de abril de 2006.)
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