Kadima y el pueblo roto
Estoy hasta la coronilla. Yo crecí con el maldito conflicto árabe–israelí. Lo tengo metido en cada uno de los poros (la Intifada, y Oslo, y Arafat, y la Guerra del Golfo, y los ataques terroristas, y la Franja de Gaza), y antes de ello mi madre (Jerusalén, y la Guerra del Líbano, y la Guerra de de Yom Kipur, y la Guerra de los Seis Días), y antes de ello mi abuela (la Guerra de Suez, y 1948…). Esta constante, insalubre exposición generacional al conflicto amenaza con hacernos mutantes, no sólo cambiando nuestro clima mental, sino además nuestro clima genético. Sí: es como si nuestros genes estuvieran programados para sentir indiferencia.
Incluso en Israel fue latente el decaimiento electoral. Ehud Olmert es el nuevo Primer Ministro de Israel (28 escaños contra los 20 del partido laborista), pero el abstencionismo en estos comicios ha sido rampante, mostrándonos hasta qué punto se ha erosionado la esperanza en Israel, y ha sido sustituida por la inercia. Tal erosión es producto de interminables secuelas administrativas (que más recuerdan una obra de Kafka), un efluvio de matices burocráticos, de micronegociaciones que colisionan inútilmente contra la ira interminable, más dura que el propio muro de los lamentos. Con el asentamiento de HAMAS en Palestina, el panorama se avecina improbable.
Como siempre, los partidos políticos son los únicos que tienen aliento. Ni modo: se alimentan del desasosiego, como vampiros. Parece imposible que Sharon esté en el mundo de las sombras, y que Israel cuente ya con un nuevo líder. No obstante, el proyecto político de Sharon –Kadima– parece muy saludable, más allá del coma de su demiurgo. A lo mejor Sharon renunció a su propia vida, en un extraño rito judío–esotérico, para darle vida a Kadima (que sugiere ya en su nombre el ideal de eternización: “Hacia delante”). (El asesor político Lior Hover incluso dice, de la forma más enigmática, “Kadima es Sharon y Sharon es Kadima”.) La política está viva, pero a costa del pueblo.
(Columna publicada el 15 de abril de 2006.)
Incluso en Israel fue latente el decaimiento electoral. Ehud Olmert es el nuevo Primer Ministro de Israel (28 escaños contra los 20 del partido laborista), pero el abstencionismo en estos comicios ha sido rampante, mostrándonos hasta qué punto se ha erosionado la esperanza en Israel, y ha sido sustituida por la inercia. Tal erosión es producto de interminables secuelas administrativas (que más recuerdan una obra de Kafka), un efluvio de matices burocráticos, de micronegociaciones que colisionan inútilmente contra la ira interminable, más dura que el propio muro de los lamentos. Con el asentamiento de HAMAS en Palestina, el panorama se avecina improbable.
Como siempre, los partidos políticos son los únicos que tienen aliento. Ni modo: se alimentan del desasosiego, como vampiros. Parece imposible que Sharon esté en el mundo de las sombras, y que Israel cuente ya con un nuevo líder. No obstante, el proyecto político de Sharon –Kadima– parece muy saludable, más allá del coma de su demiurgo. A lo mejor Sharon renunció a su propia vida, en un extraño rito judío–esotérico, para darle vida a Kadima (que sugiere ya en su nombre el ideal de eternización: “Hacia delante”). (El asesor político Lior Hover incluso dice, de la forma más enigmática, “Kadima es Sharon y Sharon es Kadima”.) La política está viva, pero a costa del pueblo.
(Columna publicada el 15 de abril de 2006.)
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