La guerra de los parqueos
Ya ven que todo el mundo anda loco, comprando. Los centros comerciales hormiguean.
En el parqueo de Pradera Concepción, un hombre de aspecto berenjenesco le roba un espacio libre a una mujer. Indignadísimo, se lo hago ver:
–Oiga, ella estaba esperando ese lugar.
Y me responde, el tipo:
–¿Y acaso lo tiene comprado, pues?
Yo le estaba hablando, bueno, de moral. Él me estaba hablando de propiedad privada. Lo cuál en su mente, catastróficamente, son la misma cosa. Significa esto que para este señor la heredad es el árbitro fecundo de todos los comportamientos. No hay nada qué hacer.
Procedo a ingresar a las cavernas del mall. Hay un montón de niños jugando sobre los pisos relumbrosos, iniciándose en los misterios de la compraventa espectacular. Los padres de estos niños compran, yo diría, mortalmente; en efecto, cada tarjetazo es una especie de estocada. Los abuelitos, ellos, siguen sentados en las bancas, con la presión alta, sobreestimulados.
Compro algunas cositas, tampoco muchas, que no soy millonario. Y dos horas más tarde, salgo del centro comercial, como quien ha perdido una guerra.
Pero la verdadera guerra la encuentro en el estacionamiento. Ante la falta de espacios en donde parquear, los conductores se están matando entre ellos. Una visión apocalíptica, que me acompañará hasta mi hora final. Cuerpos eviscerados por la metralla, niños desmembrados por minas antipersonales, lamentos que suben junto al humo de la destrucción. Algunos carros han sido reacomodados por dentro y convertidos en salas improvisadas de tortura. Me cubro como puedo, buscando mi propio vehículo, sólo para descubrir que está en llamas. No muy lejos, se encuentra el señor de aspecto berenjenesco, con un tiro en la sien.
Feliz navidad.
(Columna publicada el 21 de diciembre de 2006.)
En el parqueo de Pradera Concepción, un hombre de aspecto berenjenesco le roba un espacio libre a una mujer. Indignadísimo, se lo hago ver:
–Oiga, ella estaba esperando ese lugar.
Y me responde, el tipo:
–¿Y acaso lo tiene comprado, pues?
Yo le estaba hablando, bueno, de moral. Él me estaba hablando de propiedad privada. Lo cuál en su mente, catastróficamente, son la misma cosa. Significa esto que para este señor la heredad es el árbitro fecundo de todos los comportamientos. No hay nada qué hacer.
Procedo a ingresar a las cavernas del mall. Hay un montón de niños jugando sobre los pisos relumbrosos, iniciándose en los misterios de la compraventa espectacular. Los padres de estos niños compran, yo diría, mortalmente; en efecto, cada tarjetazo es una especie de estocada. Los abuelitos, ellos, siguen sentados en las bancas, con la presión alta, sobreestimulados.
Compro algunas cositas, tampoco muchas, que no soy millonario. Y dos horas más tarde, salgo del centro comercial, como quien ha perdido una guerra.
Pero la verdadera guerra la encuentro en el estacionamiento. Ante la falta de espacios en donde parquear, los conductores se están matando entre ellos. Una visión apocalíptica, que me acompañará hasta mi hora final. Cuerpos eviscerados por la metralla, niños desmembrados por minas antipersonales, lamentos que suben junto al humo de la destrucción. Algunos carros han sido reacomodados por dentro y convertidos en salas improvisadas de tortura. Me cubro como puedo, buscando mi propio vehículo, sólo para descubrir que está en llamas. No muy lejos, se encuentra el señor de aspecto berenjenesco, con un tiro en la sien.
Feliz navidad.
(Columna publicada el 21 de diciembre de 2006.)
1 comentario:
la eterna lucha de parqueos. es una verdadera guerra.
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