La barba cósmica
A veces, por un minuto o dos, me pongo a ver por la ventana. Sin mucha anticipación de nada, pendejeante, verlainiano, nomás. Enfrente, el restaurante chino, jamás vacío. Allá, la Cúpula, con su teatro de humedad eternizada. Pero lo que más retiene mi atención es por supuesto el templo judío, con su particular arquitectura.
Por estos días, los judíos estuvieron de fiesta, por el nuevo año, o Rosh Hashaná. Pusieron toldos, y la calle se llenó provisionalmente de policías con armas respetables y uno que otro agente entacuchado, peliculesco. Los carros –en general contundentes– son revisados minuciosamente, con auxilio de esos espejos con brazo que se colocan debajo del motor, en busca de bombas o quién sabe qué. Un auténtico bunker. A veces, me siento en el sofá a observarlos. Antes, en mis épocas de paranoia y alucinación, solía pensar que más bien ellos me miraban a mí: historias de la mosad me aleteaban en la cabeza. Incluso escribí un cuento, a partir de ello.
El sábado hubo gran movimiento. No todos llegaban en carro. Los había asimismo que llegaban caminando, muy elegantes. Y alguno con el kippot puesto. Y otros más espectaculares: el sombrero negro, los rulos, la barba fenomenal… Siempre que veo esas barbas, me recuerdo de los místicos del judaísmo, que hablan de la “barba cósmica”.
Decía yo que el templo es de particular arquitectura. Parece evidente que se inspiraron para hacerlo en la estrella de David. El techo formula una serie de curvaturas que le va dando cadencia y movimiento, alongándose hasta un punto único, en el cielo. El edificio en sí no es demasiado grande. Lo acompaña otro edificio, menos agraciado.
Siempre he tenido gran curiosidad por saber cómo es el templo por dentro. Pero no me veo entrando así nomás. Bien, me voy a leer un rato. Feliz año nuevo.
(Columna publicada el 28 de septiembre de 2006.)
Por estos días, los judíos estuvieron de fiesta, por el nuevo año, o Rosh Hashaná. Pusieron toldos, y la calle se llenó provisionalmente de policías con armas respetables y uno que otro agente entacuchado, peliculesco. Los carros –en general contundentes– son revisados minuciosamente, con auxilio de esos espejos con brazo que se colocan debajo del motor, en busca de bombas o quién sabe qué. Un auténtico bunker. A veces, me siento en el sofá a observarlos. Antes, en mis épocas de paranoia y alucinación, solía pensar que más bien ellos me miraban a mí: historias de la mosad me aleteaban en la cabeza. Incluso escribí un cuento, a partir de ello.
El sábado hubo gran movimiento. No todos llegaban en carro. Los había asimismo que llegaban caminando, muy elegantes. Y alguno con el kippot puesto. Y otros más espectaculares: el sombrero negro, los rulos, la barba fenomenal… Siempre que veo esas barbas, me recuerdo de los místicos del judaísmo, que hablan de la “barba cósmica”.
Decía yo que el templo es de particular arquitectura. Parece evidente que se inspiraron para hacerlo en la estrella de David. El techo formula una serie de curvaturas que le va dando cadencia y movimiento, alongándose hasta un punto único, en el cielo. El edificio en sí no es demasiado grande. Lo acompaña otro edificio, menos agraciado.
Siempre he tenido gran curiosidad por saber cómo es el templo por dentro. Pero no me veo entrando así nomás. Bien, me voy a leer un rato. Feliz año nuevo.
(Columna publicada el 28 de septiembre de 2006.)
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