Esa maldita enfermedad
El escritor no sabe si su destino es ascendente o descendente. Los papas o los asesinos en serie tampoco, pero creen saberlo. Por esto hacen o dicen cosas tan Asertivas. No carecen de cierta envidiable, muy productiva, confianza en sí mismos.
Así que el escritor es un ente muy inseguro. “No todos”, dirán algunos, pero eso es sólo una superstición. Pongamos por caso Hemingway. Un cazador de mamíferos brutales, un pescador de peces rapaces, un existencialista americano, un varón, y ya ven, terminó su existencia de un escopetazo. Toda esa inseguridad acumulada en vida (y que había guardado en quién sabe cuál gaveta secreta de su ser) surgió como una flor de loto.
¿Me quemaré en la más decadente de las habitaciones infernales por decir lo que a veces digo? Bueno, algunos así lo piensan, y ciertamente así lo desean. He sobrevivido a ochocientos treinta y dos atentados, con lo cuál estoy por encima incluso del record de Castro. Cuatro veces me intentaron tirar del Puente del Incienso, pero el Misericordioso, el Clemente me protegió. Me refiero a Clemente Soto, uno de mis mejores amigos, y un amigo de las armas, como Hemingway. Tanta suerte y solidaridad, sin embargo, no resuelve la cuestión fundamental: ¿es mi destino ascendente o descendente?
Mejor preguntarles a terceras personas. Es lo que voy a hacer mañana. Verán: la muy amable Karla, de la biblioteca del IGA, organizó una segunda presentación de mi libro Diccionario Esotérico. Así que invité a Javier Payeras y Jorge Sierra, para que fueran a dar sus comentarios… Con tres cerebros, ya se van aclarando las cosas, digo yo… Por supuesto, queda la cuestión de que ellos también escriben, y por lo tanto están afectados por la misma enfermedad… A lo mejor debí invitar al asesino de la Universidad de Montreal, y a Ratzinger…
(Columna publicada el 21 de septiembre de 2006.)
Así que el escritor es un ente muy inseguro. “No todos”, dirán algunos, pero eso es sólo una superstición. Pongamos por caso Hemingway. Un cazador de mamíferos brutales, un pescador de peces rapaces, un existencialista americano, un varón, y ya ven, terminó su existencia de un escopetazo. Toda esa inseguridad acumulada en vida (y que había guardado en quién sabe cuál gaveta secreta de su ser) surgió como una flor de loto.
¿Me quemaré en la más decadente de las habitaciones infernales por decir lo que a veces digo? Bueno, algunos así lo piensan, y ciertamente así lo desean. He sobrevivido a ochocientos treinta y dos atentados, con lo cuál estoy por encima incluso del record de Castro. Cuatro veces me intentaron tirar del Puente del Incienso, pero el Misericordioso, el Clemente me protegió. Me refiero a Clemente Soto, uno de mis mejores amigos, y un amigo de las armas, como Hemingway. Tanta suerte y solidaridad, sin embargo, no resuelve la cuestión fundamental: ¿es mi destino ascendente o descendente?
Mejor preguntarles a terceras personas. Es lo que voy a hacer mañana. Verán: la muy amable Karla, de la biblioteca del IGA, organizó una segunda presentación de mi libro Diccionario Esotérico. Así que invité a Javier Payeras y Jorge Sierra, para que fueran a dar sus comentarios… Con tres cerebros, ya se van aclarando las cosas, digo yo… Por supuesto, queda la cuestión de que ellos también escriben, y por lo tanto están afectados por la misma enfermedad… A lo mejor debí invitar al asesino de la Universidad de Montreal, y a Ratzinger…
(Columna publicada el 21 de septiembre de 2006.)
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