Interrumpido
Sentado así, comprendo que estoy loco. O que lo estaré más adelante, lo cuál es exactamente lo mismo. Dice un hombre como Jung que el péndulo de la mente oscila entre el sentido y el sinsentido, no entre el bien y el mal.
Naturalmente, el sentido depende del bien y del mal, de nuestro comportamiento moral en este mundo. Pero sobre todo, y más inquietante todavía, bien y mal dependen del sentido. Sin un ambiente mental más o menos estable, lo demás no existe: antesala única a todas nuestras discusiones y a todos nuestros caprichos.
¿Qué es francamente el sentido? ¿Qué es eso que a veces se interrumpe? Se habla de aceitar el cerebro, se habla de antidepresivos, de bioquímica. Se habla de ángeles y otros parásitos. Se habla de un siglo que fue más luminoso que otros siglos. Se habla del amor, y a veces, cuando se habla del amor, se habla de Dios. A veces de vida. A veces de azar. A veces no se habla.
En Cemaco, tuve otra crisis de realidad. Iba con los ojos muy abiertos, como un pescado. Fue una crisis ligera.
He tenido momentos más serios. Alguna vez me sorprendí mordiendo la alfombra de mi casa, de la pura desesperación. O sin moverme apenas y en la misma esquina, acurrucado, espeso por dentro, como si en lugar de un cerebro (un cerebro eficaz, táctico, eléctrico, el que me gustaría) tuviese un oscuro engrudo mental, del más burdo y menos elegante, ¿comprenden?
Mis amigos son también “interrumpidos”: depresivos, bipolares, esquizofrénicos. No son en realidad malas personas, aunque a veces han hecho cosas malas. No hay nada que me resulte más siniestro que la insensibilidad hacia la locura.
¿Qué asistencia se les da a los enfermos mentales en este país?; ¿cuántos deambulan aún en las calles?; ¿cuánto entiende un regular guatemalteco de la enfermedad mental?
(Columna publicada el 22 de abril de 2004.)
Naturalmente, el sentido depende del bien y del mal, de nuestro comportamiento moral en este mundo. Pero sobre todo, y más inquietante todavía, bien y mal dependen del sentido. Sin un ambiente mental más o menos estable, lo demás no existe: antesala única a todas nuestras discusiones y a todos nuestros caprichos.
¿Qué es francamente el sentido? ¿Qué es eso que a veces se interrumpe? Se habla de aceitar el cerebro, se habla de antidepresivos, de bioquímica. Se habla de ángeles y otros parásitos. Se habla de un siglo que fue más luminoso que otros siglos. Se habla del amor, y a veces, cuando se habla del amor, se habla de Dios. A veces de vida. A veces de azar. A veces no se habla.
En Cemaco, tuve otra crisis de realidad. Iba con los ojos muy abiertos, como un pescado. Fue una crisis ligera.
He tenido momentos más serios. Alguna vez me sorprendí mordiendo la alfombra de mi casa, de la pura desesperación. O sin moverme apenas y en la misma esquina, acurrucado, espeso por dentro, como si en lugar de un cerebro (un cerebro eficaz, táctico, eléctrico, el que me gustaría) tuviese un oscuro engrudo mental, del más burdo y menos elegante, ¿comprenden?
Mis amigos son también “interrumpidos”: depresivos, bipolares, esquizofrénicos. No son en realidad malas personas, aunque a veces han hecho cosas malas. No hay nada que me resulte más siniestro que la insensibilidad hacia la locura.
¿Qué asistencia se les da a los enfermos mentales en este país?; ¿cuántos deambulan aún en las calles?; ¿cuánto entiende un regular guatemalteco de la enfermedad mental?
(Columna publicada el 22 de abril de 2004.)
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