Geometrías
Los hay que aseguran que la vida es lineal, Fibonacci, zigzagueante, caótica, en fin. A lo mejor el propósito de la vida es agotar todas las formas, extinguir la suma de las posibilidades geométricas. Cuando ello ocurra, entonces…
Entonces nada. O mejor dicho: entonces la nada, que, como se sabe, es la forma pura, la forma en estado de emancipación.
Pero entretanto, seguiremos lidiando con dibujos que brotan sin cansancio del soporte del ser, estimulando los vectores migratorios de los pájaros, el lamento de los océanos, el último guión de Grey´s Anatomy, el cáncer que se está hartando vivo a alguien querido.
Por supuesto, una de las formas más simples que adjudicamos a la existencia es la del círculo. Circular, por ejemplo, es que Daniel Ortega vuelva a ser presidente en Nicaragua.
El círculo es un gen geométrico sin mácula; en él unos han querido leer a Dios
–de la misma forma que otros leen su propia homosexualidad (o la ajena) en un test Roscharch– y para otros no es más que el signo de la locura.
También hubo toda esa infatuación por el cubo, el siglo pasado. Por fortuna eso ya pasó. Hace unos días renté un filme sobre Modigliani. En un momento, Modigliani le pregunta a Picasso, en tono de sorna: “¿Cómo se le hace el amor a un cubo?”. Y en efecto: ¿cómo?
En realidad es muy difícil para nosotros identificarnos con las viejas utopías geométricas. En reacción a tales incordios esenciales, los hubo que se metieron a generar lienzos locos, buscando darle autonomía de representación al desorden, al azar. Pero esos tanteos parecían ser, en sí mismos, repetitivos, simétricos.
Ahora estamos en la era de los fractales. A veces, después de verlos por horas, pareciera como que estuvieran a punto de mostrarnos la llave del universo...
Pero eso no es por fuerza –por forma– cierto.
(Columna publicada el 1 de febrero de 2006.)
Entonces nada. O mejor dicho: entonces la nada, que, como se sabe, es la forma pura, la forma en estado de emancipación.
Pero entretanto, seguiremos lidiando con dibujos que brotan sin cansancio del soporte del ser, estimulando los vectores migratorios de los pájaros, el lamento de los océanos, el último guión de Grey´s Anatomy, el cáncer que se está hartando vivo a alguien querido.
Por supuesto, una de las formas más simples que adjudicamos a la existencia es la del círculo. Circular, por ejemplo, es que Daniel Ortega vuelva a ser presidente en Nicaragua.
El círculo es un gen geométrico sin mácula; en él unos han querido leer a Dios
–de la misma forma que otros leen su propia homosexualidad (o la ajena) en un test Roscharch– y para otros no es más que el signo de la locura.
También hubo toda esa infatuación por el cubo, el siglo pasado. Por fortuna eso ya pasó. Hace unos días renté un filme sobre Modigliani. En un momento, Modigliani le pregunta a Picasso, en tono de sorna: “¿Cómo se le hace el amor a un cubo?”. Y en efecto: ¿cómo?
En realidad es muy difícil para nosotros identificarnos con las viejas utopías geométricas. En reacción a tales incordios esenciales, los hubo que se metieron a generar lienzos locos, buscando darle autonomía de representación al desorden, al azar. Pero esos tanteos parecían ser, en sí mismos, repetitivos, simétricos.
Ahora estamos en la era de los fractales. A veces, después de verlos por horas, pareciera como que estuvieran a punto de mostrarnos la llave del universo...
Pero eso no es por fuerza –por forma– cierto.
(Columna publicada el 1 de febrero de 2006.)
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