Estamos armados
Arrancó en el país una campaña pro–desarme. El copy es “Ármese de valor, desármese”, o cosa parecida. Y la verdad, se agradece. En este país hay por lo menos dos ejércitos: el militar y el civil.
Grasiento asunto. Todos quieren matar, Zacapa style. No hace falta que nos engañemos, si tengo una pistola es para usarla: raro ornamento de lo contrario. Ninguna sensatez, ningún equilibrio es posible sobre la frontera tenue de una bala, ni siquiera expansiva. La distancia entre el cincho y la mano es muy corta, cortísima, tan corta que no cabe allí un pensamiento, una razón.
Nadie, diga lo que se diga, tiene control absoluto sobre su arma, por la sencilla razón de que nadie tiene control absoluto sobre sus instintos de seguridad personal. Algunos, menos dogmáticos que yo, piensan: “Está bien un arma, pero sólo en condiciones de mucha seguridad”. Admitamos que eso es cierto. Admitamos que en condiciones de seguridad, mis reflejos son un tanto más objetivos. Pero la gente busca un arma cuando más insegura se siente: y en el país más inseguro de todos. Y dice: “Es para defender a mi familia, mi hogar”, y un resto de sandeces semejantes. Muchas de esas personas ni siquiera son malas personas (muchas sí) pero sucede que la pólvora es la otra cocaína de Guatemala, y ya se sabe, un adicto en consumo hace lo que sea por su dosis.
Están, por supuesto, esas otras personas, las que sí son malas, que alucinan con meterle un plomazo a su paisano, que fantasean y ereccionan con un muerto. No lo saben, pero compran un arma para paliar su insuficiencia genital. Se han comprado un nuevo falo, metálico, niquelado, explosivo, orgasmático, porque el suyo no funciona muy bien que digamos. Descuiden, ustedes: vamos a depositar el arma en su féretro, para que se la lleven al otro lado.
Grasiento asunto. Todos quieren matar, Zacapa style. No hace falta que nos engañemos, si tengo una pistola es para usarla: raro ornamento de lo contrario. Ninguna sensatez, ningún equilibrio es posible sobre la frontera tenue de una bala, ni siquiera expansiva. La distancia entre el cincho y la mano es muy corta, cortísima, tan corta que no cabe allí un pensamiento, una razón.
Nadie, diga lo que se diga, tiene control absoluto sobre su arma, por la sencilla razón de que nadie tiene control absoluto sobre sus instintos de seguridad personal. Algunos, menos dogmáticos que yo, piensan: “Está bien un arma, pero sólo en condiciones de mucha seguridad”. Admitamos que eso es cierto. Admitamos que en condiciones de seguridad, mis reflejos son un tanto más objetivos. Pero la gente busca un arma cuando más insegura se siente: y en el país más inseguro de todos. Y dice: “Es para defender a mi familia, mi hogar”, y un resto de sandeces semejantes. Muchas de esas personas ni siquiera son malas personas (muchas sí) pero sucede que la pólvora es la otra cocaína de Guatemala, y ya se sabe, un adicto en consumo hace lo que sea por su dosis.
Están, por supuesto, esas otras personas, las que sí son malas, que alucinan con meterle un plomazo a su paisano, que fantasean y ereccionan con un muerto. No lo saben, pero compran un arma para paliar su insuficiencia genital. Se han comprado un nuevo falo, metálico, niquelado, explosivo, orgasmático, porque el suyo no funciona muy bien que digamos. Descuiden, ustedes: vamos a depositar el arma en su féretro, para que se la lleven al otro lado.
(Columna publicada el 24 de junio de 2003.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario