El talismán
Caminando nomás, y un tipo en su vehículo decidió obviar que la calle estaba diseñada para dos carriles, inauguró un tercero, embistió como un animal, frenando abruptamente al filo del semáforo, muy a su pesar, ya que su intención era seguir, pero naturalmente venían carros en la otra dirección, y se incrustó en la franja zebrada, y allí venía yo justamente caminando, y casi me atropella, el subnormal.
Tienen ustedes que entender que soy de naturaleza pacífica, un hombre de letras, un distraído, pero hay cosas que me sacan de onda, y una de ellas es que alguien utilice su vehículo para sembrar el caos en la población. Antes que un ser humano me considero un peatón, y defiendo esta naturaleza con todos mis recursos. Es decir que yo cuando voy caminando por allí soy bien brincón, y no le bajo la mirada a ningún imbécil. Así que eso: le brinqué, al imbécil.
Cuando sentí que ya había transmitido lo suficiente mi mensaje de desdén y menosprecio, continué por la acera. El cuate entonces aceleró como un verdadero neurópata, y frenó muy cerca de mí, se bajó, aspaventando. Iba trajeado y llevaba un gafete colgándole del cuello (a lo mejor venía de lo del BID). Por un momento pensé que me iba a sacar cuete, cosa que me ahueva pero tampoco tanto: no sería la primera vez que me encañonan, y tampoco la última. Cruzamos palabras, ya saben. Pero lo que verdaderamente me hizo estallar fue cuando me dijo: “Yo trabajo para el estado”, señaló su gafete como si fuera una especie de talismán. Yo le hubiera podido decir: “Yo trabajo para la prensa”, pero no lo hice, claro, porque no fue para pavonear el carné que me hice periodista. Eso sí: me salió del alma cuando le dije: “A mí que vos trabajés para el estado me pela completamente la verga”.
Se encaramó al carro. Se fue.
(Columna publicada el 22 de marzo de 2007.)
Tienen ustedes que entender que soy de naturaleza pacífica, un hombre de letras, un distraído, pero hay cosas que me sacan de onda, y una de ellas es que alguien utilice su vehículo para sembrar el caos en la población. Antes que un ser humano me considero un peatón, y defiendo esta naturaleza con todos mis recursos. Es decir que yo cuando voy caminando por allí soy bien brincón, y no le bajo la mirada a ningún imbécil. Así que eso: le brinqué, al imbécil.
Cuando sentí que ya había transmitido lo suficiente mi mensaje de desdén y menosprecio, continué por la acera. El cuate entonces aceleró como un verdadero neurópata, y frenó muy cerca de mí, se bajó, aspaventando. Iba trajeado y llevaba un gafete colgándole del cuello (a lo mejor venía de lo del BID). Por un momento pensé que me iba a sacar cuete, cosa que me ahueva pero tampoco tanto: no sería la primera vez que me encañonan, y tampoco la última. Cruzamos palabras, ya saben. Pero lo que verdaderamente me hizo estallar fue cuando me dijo: “Yo trabajo para el estado”, señaló su gafete como si fuera una especie de talismán. Yo le hubiera podido decir: “Yo trabajo para la prensa”, pero no lo hice, claro, porque no fue para pavonear el carné que me hice periodista. Eso sí: me salió del alma cuando le dije: “A mí que vos trabajés para el estado me pela completamente la verga”.
Se encaramó al carro. Se fue.
(Columna publicada el 22 de marzo de 2007.)
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