El padre y el reverendo
Pensando en el Padre Chemita, acribillado delante de su casa hace unos días o semanas: ¿no es cierto que en su momento tuvo problemas con la iglesia católica, y ésta amenazó con excomulgarlo, y lo excomulgó, me parece, por estar metido en la política?
Pensando entonces en las relaciones entre religión y política. ¿Son lícitas estas relaciones? Una vieja, peligrosa mancuerna, así lo indica la historia. De esa mancuerna nacieron muchos verdugos.
Ciertamente José María Ruiz Furlán no era verdugo alguno, ciertamente no merecía esa terrible muerte, y ciertamente su muerte es un escándalo viscoso. Tampoco era un visionario, iluminado o transgresor; a lo sumo, un buen vecino, según entiendo, bastante querido, demasiado guatemalteco, proclive a los viajes.
Pensando en la muerte de clérigos centroamericanos. Se podría escribir un libro de crónicas al respecto. Romero, Gerardi. Los sigo admirando.
Pensando desde luego en Gandhi, conocido por su desobediencia civil y largos ayunos. Un caso brillante, ejemplar. El paro total de 1919, o la famosa marcha de la sal, nos revelan a un ajedrecista nato, sí, a un entusiasta implacable, sí, pero sobre todo a un convencido. Es lo mismo con el reverendo Martin Luther King (el boicot de Montgomery, la marcha a Washington). Se acaban de cumplir los 75 años del nacimiento del maestro: Martin Luther King será siempre y toda vez un ejemplo de transgresión reflexiva.
En efecto, lo más duro es renunciar a la pueril rebeldía del adolescente (apenas forma, seducción) y comprender que se viola una ley para aplacar una ira y no así aumentarla. Dijo el reverendo en uno de sus magníficos sermones: “Hoy sabemos con certeza que la segregación está muerta. La única pregunta que queda es cuánto va a costar el funeral.”
(Columna publicada el 5 de febrero de 2004.)
Pensando entonces en las relaciones entre religión y política. ¿Son lícitas estas relaciones? Una vieja, peligrosa mancuerna, así lo indica la historia. De esa mancuerna nacieron muchos verdugos.
Ciertamente José María Ruiz Furlán no era verdugo alguno, ciertamente no merecía esa terrible muerte, y ciertamente su muerte es un escándalo viscoso. Tampoco era un visionario, iluminado o transgresor; a lo sumo, un buen vecino, según entiendo, bastante querido, demasiado guatemalteco, proclive a los viajes.
Pensando en la muerte de clérigos centroamericanos. Se podría escribir un libro de crónicas al respecto. Romero, Gerardi. Los sigo admirando.
Pensando desde luego en Gandhi, conocido por su desobediencia civil y largos ayunos. Un caso brillante, ejemplar. El paro total de 1919, o la famosa marcha de la sal, nos revelan a un ajedrecista nato, sí, a un entusiasta implacable, sí, pero sobre todo a un convencido. Es lo mismo con el reverendo Martin Luther King (el boicot de Montgomery, la marcha a Washington). Se acaban de cumplir los 75 años del nacimiento del maestro: Martin Luther King será siempre y toda vez un ejemplo de transgresión reflexiva.
En efecto, lo más duro es renunciar a la pueril rebeldía del adolescente (apenas forma, seducción) y comprender que se viola una ley para aplacar una ira y no así aumentarla. Dijo el reverendo en uno de sus magníficos sermones: “Hoy sabemos con certeza que la segregación está muerta. La única pregunta que queda es cuánto va a costar el funeral.”
(Columna publicada el 5 de febrero de 2004.)
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