Blanco y negro
Tengo dos imágenes firmes en la cabeza.
La primera es la de un hombre dibujando en su cuaderno figuras de intensa monotonía, por lo mismo a veces insólitas. Es Danny Schafer. Se dedicó a formular esas figuras clarísimas y enigmáticas con la misma estudiosa obsesión con la cuál un cabalista permuta las letras de la Torah. Asimismo lo hizo de la manera más privada, heredero de una genialidad o talvez un pudor que aún no alcanzo o me atrevo a comprender.
Esos dibujos suyos serán muchas cosas, pero no son la obra de un cínico. Son dibujos demasiado racionales: hijos de una convicción, de un compromiso, de una entrega moral.
Y sin embargo: ¿no fue Danny en vida el gran inmoral, el gran objetor de la sociedad guatemalteca, de su mal gusto y sus ricos sin cultura? Uno esperaría que su legado fuese realmente otro: una crónica del desparpajo, la delación y la desavenencia. ¿Por qué en secreto se dedicó a reunir entonces trazados tediosos y sublimes, las repetitivas crónicas y mandalas de un hombre de esta cuenta religioso, ceremonias revisitadas en blanco y negro?
Dos imágenes, entonces: la del relojero impecable; y la del jocoso homosexual. Y quizá una tercera, mediando: un intelectual: un hombre de ideas. Porque Danny todavía creía que un hombre debía ser juzgado por sus ideas y no por su dinero. Danny era a todas luces un Moderno.
La primera es la de un hombre dibujando en su cuaderno figuras de intensa monotonía, por lo mismo a veces insólitas. Es Danny Schafer. Se dedicó a formular esas figuras clarísimas y enigmáticas con la misma estudiosa obsesión con la cuál un cabalista permuta las letras de la Torah. Asimismo lo hizo de la manera más privada, heredero de una genialidad o talvez un pudor que aún no alcanzo o me atrevo a comprender.
Esos dibujos suyos serán muchas cosas, pero no son la obra de un cínico. Son dibujos demasiado racionales: hijos de una convicción, de un compromiso, de una entrega moral.
Y sin embargo: ¿no fue Danny en vida el gran inmoral, el gran objetor de la sociedad guatemalteca, de su mal gusto y sus ricos sin cultura? Uno esperaría que su legado fuese realmente otro: una crónica del desparpajo, la delación y la desavenencia. ¿Por qué en secreto se dedicó a reunir entonces trazados tediosos y sublimes, las repetitivas crónicas y mandalas de un hombre de esta cuenta religioso, ceremonias revisitadas en blanco y negro?
Dos imágenes, entonces: la del relojero impecable; y la del jocoso homosexual. Y quizá una tercera, mediando: un intelectual: un hombre de ideas. Porque Danny todavía creía que un hombre debía ser juzgado por sus ideas y no por su dinero. Danny era a todas luces un Moderno.
Pero siendo un Moderno, era un Anciano. Por su sentido del humor tan especial, por sus extravagancias, por su auditorio de jóvenes epígonos, nunca me di cuenta que Danny era ya un viejo, viejo lo suficiente como para tener un bebé: un tumor. Y la semana pasada se fue Danny, lo cuál es lamentable.
Todavía tratando de conciliar dos imágenes, dos imágenes de Danny. ¿O serán dos imágenes mías? Yo también creo; yo también abandono.
(Columna publicada el 12 de febrero de 2003.)
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