El gol de Frings
El Fariseo me llevó a un burdel para ir a ver el partido de inauguración del Mundial.
Pero no cualquier burdel. Se trata de un burdel especial para fanáticos del fútbol. Y estará abierto solamente lo que dure el Mundial. Es decir que unos señores (no diré quiénes, me queda un cierto honor en cuanto el anonimato de mis fuentes periodísticas) alquilaron una casa en la zona 15 y montaron una casa de meretricio para gente pistuda, con replays de todos los partidos las veinticuatro horas… Ya lo habían hecho en el Mundial pasado. Cientos de miles de quetzales.
Los hombres pagan para acostarse con unas niñas de rostro tiernosucio mientras transcurre su partido favorito en un televisor obscenamente grande que está suspendido en la esquina del cuarto más que lujoso (devedé, jacuzzi, minibar). Cada polvo te cuesta cinco mil pesos.
Lo curioso del asunto es que si, por ejemplo, está jugando Argentina, entonces te preparan una chica argentina, vestida con uniforme argentino y todo. (No cuentan con todas las nacionalidades del mundo, como es lógico, pero sí cuentan por lo menos con las más significativas del mundo del balompié, según me explicaron.) Todas las que allí trabajan son expertas en el juego. Conocen los nombres de los jugadores, los goles míticos: son auténticas enciclopedias de la FIFA.
–Andá. Dále. Yo te la pago –el Fariseo me quería endilgar una canchona alemana de revista.
–Fariseo, vos bien sabés que soy un hombre casado.
–Todos los que vienen a este lugar son casados.
Justo allí, Frings metió el gol sublime contra los ticos. Los que estábamos en el lounge quedamos como suspendidos, acaso por la gracia y profundo misticismo de la jugada, o por el grito de placer histérico que surgió de uno de los cuartos. Salimos al terminar el partido. Era de día, a todas luces.
(Columna publicada el 15 de junio de 2006.)
Pero no cualquier burdel. Se trata de un burdel especial para fanáticos del fútbol. Y estará abierto solamente lo que dure el Mundial. Es decir que unos señores (no diré quiénes, me queda un cierto honor en cuanto el anonimato de mis fuentes periodísticas) alquilaron una casa en la zona 15 y montaron una casa de meretricio para gente pistuda, con replays de todos los partidos las veinticuatro horas… Ya lo habían hecho en el Mundial pasado. Cientos de miles de quetzales.
Los hombres pagan para acostarse con unas niñas de rostro tiernosucio mientras transcurre su partido favorito en un televisor obscenamente grande que está suspendido en la esquina del cuarto más que lujoso (devedé, jacuzzi, minibar). Cada polvo te cuesta cinco mil pesos.
Lo curioso del asunto es que si, por ejemplo, está jugando Argentina, entonces te preparan una chica argentina, vestida con uniforme argentino y todo. (No cuentan con todas las nacionalidades del mundo, como es lógico, pero sí cuentan por lo menos con las más significativas del mundo del balompié, según me explicaron.) Todas las que allí trabajan son expertas en el juego. Conocen los nombres de los jugadores, los goles míticos: son auténticas enciclopedias de la FIFA.
–Andá. Dále. Yo te la pago –el Fariseo me quería endilgar una canchona alemana de revista.
–Fariseo, vos bien sabés que soy un hombre casado.
–Todos los que vienen a este lugar son casados.
Justo allí, Frings metió el gol sublime contra los ticos. Los que estábamos en el lounge quedamos como suspendidos, acaso por la gracia y profundo misticismo de la jugada, o por el grito de placer histérico que surgió de uno de los cuartos. Salimos al terminar el partido. Era de día, a todas luces.
(Columna publicada el 15 de junio de 2006.)
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