El dictamen
Pensando últimamente en Luis de Lión. El sábado se cumplieron veinte años de su “desaparición”. Siempre se habla de la “desaparición” de Luis de Lión, como si se hubiese esfumado en el aire, como si Dios lo hubiese secuestrado en un acto inmaterial y milagroso. Lo cierto es que fue secuestrado por lo que hoy podríamos llamar perfectamente un Aparato Clandestino de Seguridad. No imagino una experiencia más física que ésa. O sí: estar preso en una cárcel en Irak.
A los que están de acuerdo con la estructuración de la CICIACS les resulta alucinante el argumento de sus detractores: el de soberanía nacional. “¿Cuál soberanía?”, responden: “Hasta la fecha no hemos sido capaces de gobernarnos. Nuestra soberanía es falsa, o por lo menos extremadamente limitada.”
Tal parece ser el aire teórico de aquellos que concuerdan con la CICIACS. Por supuesto, en este grupo se dan diferencias, matices, y controversias, de acuerdo a las distintas personalidades. Pero son menos relevantes y pasionales estas diferencias que las diferencias existentes en el bando de los detractores.
En efecto, aquí el espectro está muy abastecido. Desde los más agresivos nacionalistas de derecha hasta la izquierda antiONU (quien estará de acuerdo con Jacques Atalli, cuando en su Diccionario del siglo XXI dice que la ONU es “una pantalla tras la cual se esconden las grandes potencias cuando quieren decidir algo conforme a sus intereses sin hallarse en primera línea”). Y por supuesto, están aquellos que se oponen a la CICIACS porque son culpables. Les importa un comino el rol geopolítico de la ONU en el mundo, y aún menos en Guatemala. Celebran la muerte de un iraquí como la de un guatemalteco. No basta con una disculpa pública. Necesitamos un dictamen.
(Columna publicada el 27 de mayo de 2004.)
A los que están de acuerdo con la estructuración de la CICIACS les resulta alucinante el argumento de sus detractores: el de soberanía nacional. “¿Cuál soberanía?”, responden: “Hasta la fecha no hemos sido capaces de gobernarnos. Nuestra soberanía es falsa, o por lo menos extremadamente limitada.”
Tal parece ser el aire teórico de aquellos que concuerdan con la CICIACS. Por supuesto, en este grupo se dan diferencias, matices, y controversias, de acuerdo a las distintas personalidades. Pero son menos relevantes y pasionales estas diferencias que las diferencias existentes en el bando de los detractores.
En efecto, aquí el espectro está muy abastecido. Desde los más agresivos nacionalistas de derecha hasta la izquierda antiONU (quien estará de acuerdo con Jacques Atalli, cuando en su Diccionario del siglo XXI dice que la ONU es “una pantalla tras la cual se esconden las grandes potencias cuando quieren decidir algo conforme a sus intereses sin hallarse en primera línea”). Y por supuesto, están aquellos que se oponen a la CICIACS porque son culpables. Les importa un comino el rol geopolítico de la ONU en el mundo, y aún menos en Guatemala. Celebran la muerte de un iraquí como la de un guatemalteco. No basta con una disculpa pública. Necesitamos un dictamen.
(Columna publicada el 27 de mayo de 2004.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario