Dalirando
Existe una foto de Dalí, en donde aparece imponente, sentado, anciano, ficticio, fantástico, y un tubo de hospital sale, no recuerdo bien, de su nariz o de su boca: un cadáver exquisito. He buscado la foto en la web; lamentablemente no la encuentro.
Con los años he ido alejándome más y más de Salvador Dalí, de su arrogancia, que en su momento fue todo un modelo de vida, para mí. Tuve que aceptar un montón de cosas, y entre ellas tuve que aceptar que yo no era Salvador Dalí, sino todo lo contrario. Dalí y sus alucinaciones desaparecieron de mi vida.
El año pasado tuve la oportunidad de visitar Paris. Nos tomamos un café con CL6 en un sitio memorable, muy cerca del Sacré Coeur. En la callecita de enfrente un tipo tocaba el Ave Maria (hay mil y dos mil versiones callejeras del Ave Maria, siempre). Terminado el café, decidimos caminar, y muy cerca nos topamos con un breve museo, con obra de Dalí. El museo como tal es más bien pequeño, ya lo digo, pero guarda un auténtico tesoro: las acuarelas del maestro catalán. No sus grandes óleos clonados y reclonados en postales y libros, sino sus acuarelas, acaso marginales en el gran cuerpo de su obra. En el museo también encontramos litografías, grabados, esculturas y otros objetos (el sofá en forma de labios, por ejemplo, del cuadro de Mae West), pero sobre todo me interesaron sus ilustraciones de El Quijote.
Al salir del museo, ya era otra vez el fiel admirador de otros tiempos. Bajando por una de esas escaleras encantadoras de Montmartre, encontré la siguiente pinta: “Yo creo en la magia que, en última instancia, es el poder de transponer la imaginación en realidad”. Firmado S. Dalí.
(Columna publicada el 3 de junio de 2004.)
Con los años he ido alejándome más y más de Salvador Dalí, de su arrogancia, que en su momento fue todo un modelo de vida, para mí. Tuve que aceptar un montón de cosas, y entre ellas tuve que aceptar que yo no era Salvador Dalí, sino todo lo contrario. Dalí y sus alucinaciones desaparecieron de mi vida.
El año pasado tuve la oportunidad de visitar Paris. Nos tomamos un café con CL6 en un sitio memorable, muy cerca del Sacré Coeur. En la callecita de enfrente un tipo tocaba el Ave Maria (hay mil y dos mil versiones callejeras del Ave Maria, siempre). Terminado el café, decidimos caminar, y muy cerca nos topamos con un breve museo, con obra de Dalí. El museo como tal es más bien pequeño, ya lo digo, pero guarda un auténtico tesoro: las acuarelas del maestro catalán. No sus grandes óleos clonados y reclonados en postales y libros, sino sus acuarelas, acaso marginales en el gran cuerpo de su obra. En el museo también encontramos litografías, grabados, esculturas y otros objetos (el sofá en forma de labios, por ejemplo, del cuadro de Mae West), pero sobre todo me interesaron sus ilustraciones de El Quijote.
Al salir del museo, ya era otra vez el fiel admirador de otros tiempos. Bajando por una de esas escaleras encantadoras de Montmartre, encontré la siguiente pinta: “Yo creo en la magia que, en última instancia, es el poder de transponer la imaginación en realidad”. Firmado S. Dalí.
(Columna publicada el 3 de junio de 2004.)
1 comentario:
desde mi infancia, tengo una viciosa manera de ser que hace me considere distinto al común de los mortales. Es algo que dura todavia y sigue dándome buenos resultados.
Dalí
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