El capitán está sordo
La poesía duerme debajo de mi almohada. A veces no duerme sino grita. Grita tanto, me rompe los tímpanos. Pero no me ofusco, porque Neruda también está sordo. ¿Qué no está sordo, dice usted? Y yo le repito: Neruda está sordo. Tiene los tímpanos metafóricos pulverizados, porque a él, como a mí, también la poesía le grita en la oreja, y mucho más fuerte.
Mejor así. Porque a Pablo Neruda lo llaman todo el tiempo las sirenas, desde los mares glaciales del mundo, para apartarlo de su curso, apartarlo, pues, de la poesía. Pero como es sordo, sigue tranquilo, sin prestar atención a llamados o insultos, operando su barco ebrio, que a veces choca con el de Rimbaud.
Si Neruda lo permite, me subo de grumete a su verdísimo navío, con cien años de antigüedad. Desde que tengo memoria he querido formar parte de su tripulación. Entiendo que ya estoy un poquito viejo para andar de aprendiz de marinero, pero lavaré platos, si precisa. En mi caso, siempre se ha tratado de eso y nada más, de la poesía gritándome en las orejas. Y me emociona el pensar en tantos navegantes famosos, y en las historias que de ellos cuentan en tabernas violentas del puerto: se llaman Hölderlin, Blake, Villon. Hombres con el rostro ajado y el alma ajada. Auténticos ultralobos de mar. Sordos asimismo, y cada cuál con una brújula de oro en la mano esquelética, la desquiciada brújula de la inspiración.
Hoy por la noche atraca la embarcación de Neruda. Será la segunda vez que llega a Guatemala. No será la última, pero la siguiente yo estaré muerto. Esta es mi única oportunidad. Ya tengo todo listo. El viento y la sal me traen un rumor y un verso. Apenas lo escucho en la intensidad del silencio: “Como cenizas, como mares poblándose, en la sumergida lentitud, en lo informe…”
(Columna publicada el 13 de mayo de 2004.)
Mejor así. Porque a Pablo Neruda lo llaman todo el tiempo las sirenas, desde los mares glaciales del mundo, para apartarlo de su curso, apartarlo, pues, de la poesía. Pero como es sordo, sigue tranquilo, sin prestar atención a llamados o insultos, operando su barco ebrio, que a veces choca con el de Rimbaud.
Si Neruda lo permite, me subo de grumete a su verdísimo navío, con cien años de antigüedad. Desde que tengo memoria he querido formar parte de su tripulación. Entiendo que ya estoy un poquito viejo para andar de aprendiz de marinero, pero lavaré platos, si precisa. En mi caso, siempre se ha tratado de eso y nada más, de la poesía gritándome en las orejas. Y me emociona el pensar en tantos navegantes famosos, y en las historias que de ellos cuentan en tabernas violentas del puerto: se llaman Hölderlin, Blake, Villon. Hombres con el rostro ajado y el alma ajada. Auténticos ultralobos de mar. Sordos asimismo, y cada cuál con una brújula de oro en la mano esquelética, la desquiciada brújula de la inspiración.
Hoy por la noche atraca la embarcación de Neruda. Será la segunda vez que llega a Guatemala. No será la última, pero la siguiente yo estaré muerto. Esta es mi única oportunidad. Ya tengo todo listo. El viento y la sal me traen un rumor y un verso. Apenas lo escucho en la intensidad del silencio: “Como cenizas, como mares poblándose, en la sumergida lentitud, en lo informe…”
(Columna publicada el 13 de mayo de 2004.)
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