Anticuerpos
Mi hermana, y la hermana de mi esposa, ponen empeño especial en convertirme a Cristo. Por lo cuál incurren en pastosos argumentos teológicos, que yo escucho levemente.
Las quiero a las dos y gracias a ellas o personas como ellas yo respeto a Jesucristo. Es decir que antes Jesucristo me parecía un simple esquizofrénico y ahora me parece un esquizofrénico respetable.
Pero debo confesar que mis dos hermanas –la sanguínea y la otra– están cruzando la raya. En estos tiempos molestos de usurpación al espacio privado y shows de realidad, nadie cumple mejor la tarea de infiltrarse en nuestras casas y conciencias que los cristianos. Lo que me gustaría es que honren por una vez mi propia intimidad espiritual y no regateen mis convicciones y mis creencias. Nada más complicado que ser ateo o deísta en Guatemala, en el año 2004.
Dice Baudrillard en un ensayo interesantísimo sobre el SIDA: “Toda estructura, todo sistema, todo cuerpo social que acosa, expulsa o exorciza sus elementos negativos y críticos, corre el riesgo de sufrir una catástrofe por reversión e implosión total, del mismo modo que todo cuerpo biológico que acosa y elimina todos sus gérmenes, bacilos y parásitos, todos sus enemigos biológicos, corre el riesgo de padecer un cáncer, es decir una positividad devoradora de sus propias células, corre el riesgo de ser devorado por sus propios anticuerpos, ya sin empleo”.
El sistema cristiano es un sistema tan sorprendente que incluso cuenta con esclusas para desalojar sus propios fanatismos, su exceso de anticuerpos. Pero son los mismos cristianos quienes deben abrirlas y engrasarlas. Cerradas, tales puertas son las puertas de la vanidad y el neolegalismo. Abiertas, son las puertas de la alteridad y el auténtico amor.
(Columna publicada el 6 de mayo de 2004.)
Las quiero a las dos y gracias a ellas o personas como ellas yo respeto a Jesucristo. Es decir que antes Jesucristo me parecía un simple esquizofrénico y ahora me parece un esquizofrénico respetable.
Pero debo confesar que mis dos hermanas –la sanguínea y la otra– están cruzando la raya. En estos tiempos molestos de usurpación al espacio privado y shows de realidad, nadie cumple mejor la tarea de infiltrarse en nuestras casas y conciencias que los cristianos. Lo que me gustaría es que honren por una vez mi propia intimidad espiritual y no regateen mis convicciones y mis creencias. Nada más complicado que ser ateo o deísta en Guatemala, en el año 2004.
Dice Baudrillard en un ensayo interesantísimo sobre el SIDA: “Toda estructura, todo sistema, todo cuerpo social que acosa, expulsa o exorciza sus elementos negativos y críticos, corre el riesgo de sufrir una catástrofe por reversión e implosión total, del mismo modo que todo cuerpo biológico que acosa y elimina todos sus gérmenes, bacilos y parásitos, todos sus enemigos biológicos, corre el riesgo de padecer un cáncer, es decir una positividad devoradora de sus propias células, corre el riesgo de ser devorado por sus propios anticuerpos, ya sin empleo”.
El sistema cristiano es un sistema tan sorprendente que incluso cuenta con esclusas para desalojar sus propios fanatismos, su exceso de anticuerpos. Pero son los mismos cristianos quienes deben abrirlas y engrasarlas. Cerradas, tales puertas son las puertas de la vanidad y el neolegalismo. Abiertas, son las puertas de la alteridad y el auténtico amor.
(Columna publicada el 6 de mayo de 2004.)
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