El caso Sinibaldi
Con gran sorpresa recibí la noticia del despido de Alejandro Sinibaldi. Parece que a Berger se le están cayendo, una a una, las máscaras de la buena voluntad.
Desacierto, en lo que respecta al país (Sinibaldi daba muestras de iniciativa, de acción) pero sobre todo desacierto gubernativo, puesto que Berger necesita en estos momentos frentes estables de credibilidad política. El INGUAT era, provisionalmente, uno de esos frentes.
Conocí a Sinibaldi hace un par de meses, con motivo de cierto artículo que escribí sobre turismo. Si había énfasis político en su persona, nunca me di cuenta. Públicamente, no daba muestras visibles de inclinación partidista. Y si existía tal inclinación de manera subterránea (se habla de espionaje) no hay pruebas de ello, sino simplemente las declaraciones dudosas de una fuente indeterminada.
En aquella ocasión, se reunieron en un restaurante de Tikal: Sinibaldi, Kaltschmit, y los cabezones de Iberia. Si no recuerdo mal, Sinibaldi sugirió, mientras comíamos, que estaba satisfecho con lo que ya se había logrado, que podía pasar la estafeta con la conciencia tranquila. Ya saben, uno de esos comentarios que uno suelta como si nada. Pero el tipo de Iberia, el presidente, reaccionó con una apostilla de alerta, no una reprimenda, pero sí como diciendo en el fondo: oigan, ya nos metimos en el barco (en el avión, quedaría más acorde), espero que no vayan a dejarnos varados. Al presenciar esa charla, comprendí que las negociaciones nunca se hacen entre instituciones: se hacen entre personas.
En el caso del INGUAT, esto resulta más obvio todavía. Porque si quitan a la persona del puesto (y todos los años es lo mismo) lo que queda es ya ni siquiera una institución, sino un cascajo. Un cascajo fragmentado y discontinuo. Un cascajo.
(Columna publicada el 14 de octubre de 2004.)
Desacierto, en lo que respecta al país (Sinibaldi daba muestras de iniciativa, de acción) pero sobre todo desacierto gubernativo, puesto que Berger necesita en estos momentos frentes estables de credibilidad política. El INGUAT era, provisionalmente, uno de esos frentes.
Conocí a Sinibaldi hace un par de meses, con motivo de cierto artículo que escribí sobre turismo. Si había énfasis político en su persona, nunca me di cuenta. Públicamente, no daba muestras visibles de inclinación partidista. Y si existía tal inclinación de manera subterránea (se habla de espionaje) no hay pruebas de ello, sino simplemente las declaraciones dudosas de una fuente indeterminada.
En aquella ocasión, se reunieron en un restaurante de Tikal: Sinibaldi, Kaltschmit, y los cabezones de Iberia. Si no recuerdo mal, Sinibaldi sugirió, mientras comíamos, que estaba satisfecho con lo que ya se había logrado, que podía pasar la estafeta con la conciencia tranquila. Ya saben, uno de esos comentarios que uno suelta como si nada. Pero el tipo de Iberia, el presidente, reaccionó con una apostilla de alerta, no una reprimenda, pero sí como diciendo en el fondo: oigan, ya nos metimos en el barco (en el avión, quedaría más acorde), espero que no vayan a dejarnos varados. Al presenciar esa charla, comprendí que las negociaciones nunca se hacen entre instituciones: se hacen entre personas.
En el caso del INGUAT, esto resulta más obvio todavía. Porque si quitan a la persona del puesto (y todos los años es lo mismo) lo que queda es ya ni siquiera una institución, sino un cascajo. Un cascajo fragmentado y discontinuo. Un cascajo.
(Columna publicada el 14 de octubre de 2004.)
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