El buceador de piscinas
Nueve pisos en picada, y Charlie García cae… en Guatemala. Cualquiera diría que es un desesperado, un imprudente, un temerario. Guatemala, hablemos ya, es una piscina bastante linda, pero está vacía. Nos gusta lamer el cráneo liso de Yorick, digamos que es una costumbre local, o a lo mejor nos hace falta el calcio. Incluso hay quienes se distinguen por roer la cal de las paredes –de las paredes de los bancos, se entiende– como lo hacen a veces los bebés. Naturalmente, no son bebés; son unos perfectos hijos de la gran puta.
Todo esto Charlie García lo sabe o no lo sabe, aunque seguramente lo sabe porque en su patria le ha tocado por el estilo. Sui Generis (1969–1975) vivió de primera mano la censura fagocitaria de su época. De su época y de todas las épocas, porque desde Abel y Caín no salimos del lío.
Ahora caigo en cuenta que cuando Sui Generis se deshizo yo aún no nacía. Charlie García lleva décadas alargando los pasillos del rock latinoamericano, llevándolos a veces a extremos violáceos, interesantes. Es un seleccionado, un evolucionado del género, lo cuál se le nota en la cubierta. Pero así somos los flacos. Parece que estamos enfermos, pero los enfermos son los otros. Es una queja permanente de Calamaro, otro argentino ejemplar, aunque en este punto Charlie García acaso disiente conmigo.
Seamos honestos, necesitamos el aliviane. Ya ni siquiera tiene que ver con el dinero. Ya no hay dinero que nos salve. Necesitamos a estas alturas algo más profundo, más monárquico, más concluyente: un concierto de mi amigo el buceador de piscinas. Para ligar los contrarios, faltaba más, para borrar ciertos límites. Esperemos sobre todo que el argentino se haga presente, porque, según dicen, es una criatura de humores.
La Ermita de la Santa Cruz, 8:30 horas. Fumando espero.
(Columna publicada el 1 de abril de 2004.)
Todo esto Charlie García lo sabe o no lo sabe, aunque seguramente lo sabe porque en su patria le ha tocado por el estilo. Sui Generis (1969–1975) vivió de primera mano la censura fagocitaria de su época. De su época y de todas las épocas, porque desde Abel y Caín no salimos del lío.
Ahora caigo en cuenta que cuando Sui Generis se deshizo yo aún no nacía. Charlie García lleva décadas alargando los pasillos del rock latinoamericano, llevándolos a veces a extremos violáceos, interesantes. Es un seleccionado, un evolucionado del género, lo cuál se le nota en la cubierta. Pero así somos los flacos. Parece que estamos enfermos, pero los enfermos son los otros. Es una queja permanente de Calamaro, otro argentino ejemplar, aunque en este punto Charlie García acaso disiente conmigo.
Seamos honestos, necesitamos el aliviane. Ya ni siquiera tiene que ver con el dinero. Ya no hay dinero que nos salve. Necesitamos a estas alturas algo más profundo, más monárquico, más concluyente: un concierto de mi amigo el buceador de piscinas. Para ligar los contrarios, faltaba más, para borrar ciertos límites. Esperemos sobre todo que el argentino se haga presente, porque, según dicen, es una criatura de humores.
La Ermita de la Santa Cruz, 8:30 horas. Fumando espero.
(Columna publicada el 1 de abril de 2004.)
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