Ecopoder
Cierta publicidad de noble intención procura convencerme de que tengo alguna suerte de poder sobre el destino ecológico del mundo. Como si en mí residiese la magia de levantar una varita y hacer que los bosques vuelvan a crecer y los animales no sangren.
No es cierto. No puedo hacer nada contra las cuencas de destrucción que amenazan el Petén. No puedo hacer nada contra el volumen inexorable de basura que va a dar al basurero de la zona 3. El ecopoder no es, en Guatemala, una realidad política. Ni siquiera es un criterio de orientación, seamos realistas. Es ilusión, es nada. El criterio económico, en cambio, sí que posee observancia legal, y todos los demás criterios ante él terminan arrodillándose.
Denme a personas comprometidas con el medio ambiente, por las cuáles pueda yo votar en el congreso, empeñadas en asombrar las leyes y establecer un régimen crítico de protección ambiental, y entonces también tendré yo, en cierta medida, una cuota de participación que no sea apenas nostalgia lírica, conmoción bucólica.
Denme a personas que puedan expresar jurídicamente la siguiente afirmación: “La minería nos va a dejar algo, pero nos va a quitar harto más”; y entonces sentiré crecer en mi fuero interno un voto…
Denme a un presidente que en verdad incluya en su marca/país el valor de la diversidad biológica, no como una vaga y beata plusvalía, o un valor insularmente turístico, sino como un valor ecuménico, por cuidar y venerar, y entonces hablaré de soberanía ciudadana. Vamos, la verdad es tristísima: el medio ambiente no es un valor en Guatemala. No hemos sabido darle a nuestro hábitat un sentido, una dirección, un porvenir. Indignarse no basta; es preciso darle forma política a esa indignación.
(Columna publicada el 27 de enero de 2005.)
No es cierto. No puedo hacer nada contra las cuencas de destrucción que amenazan el Petén. No puedo hacer nada contra el volumen inexorable de basura que va a dar al basurero de la zona 3. El ecopoder no es, en Guatemala, una realidad política. Ni siquiera es un criterio de orientación, seamos realistas. Es ilusión, es nada. El criterio económico, en cambio, sí que posee observancia legal, y todos los demás criterios ante él terminan arrodillándose.
Denme a personas comprometidas con el medio ambiente, por las cuáles pueda yo votar en el congreso, empeñadas en asombrar las leyes y establecer un régimen crítico de protección ambiental, y entonces también tendré yo, en cierta medida, una cuota de participación que no sea apenas nostalgia lírica, conmoción bucólica.
Denme a personas que puedan expresar jurídicamente la siguiente afirmación: “La minería nos va a dejar algo, pero nos va a quitar harto más”; y entonces sentiré crecer en mi fuero interno un voto…
Denme a un presidente que en verdad incluya en su marca/país el valor de la diversidad biológica, no como una vaga y beata plusvalía, o un valor insularmente turístico, sino como un valor ecuménico, por cuidar y venerar, y entonces hablaré de soberanía ciudadana. Vamos, la verdad es tristísima: el medio ambiente no es un valor en Guatemala. No hemos sabido darle a nuestro hábitat un sentido, una dirección, un porvenir. Indignarse no basta; es preciso darle forma política a esa indignación.
(Columna publicada el 27 de enero de 2005.)
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