Bulla
De ser un poco más emprendedor, ya hubiese formado a estas alturas un grupo denominado Bulla, cuya única función sería la de investigar la ciudad, en este caso la ciudad de Guatemala.
No hablo de la ciudad edilicia, municipal y cotidiana, sino de la ciudad poética que tose, y al toser crea escenarios, que son Respuestas. El caminante, atento, escucha tales Respuestas, maravillado.
La ciudad me ha dado todas las réplicas que no supieron darme mis estudios de filosofía, o ningún texto sagrado. La ciudad, más que un enclave físico/demográfico, es tecnología espiritual en estado orgánico, libro vivo, revelación permanente y cambiante, flujo de significados, estupefacción efímera y luminosa, dicha lúdica, mezcla sanguilonenta de causa y azar. Bien le podríamos llamar a esta práctica “urbanomancia”.
Años antes de haber yo nacido, los situacionistas ya hablaban de la “deriva”, y antes de lo situacionistas, los surrealistas se habían encargado de hacer experimentos inquietantes en el seno de la urbe.
La ciudad está negociando todo el tiempo con la verdad. Esta negociación toma lugar en la ciudad misma, y a menudo no se trata de una sola negociación, sino de un sinnúmero de negociaciones, que ocurren simultáneamente.
Al caminante urbanomántico, se le ofrece la oportunidad de ser testigo de esta negociación, y a menudo de formar parte de esta negociación, de ser él también el negociante, o incluso mejor, de ser él mismo lo negociado. La única manera de formar parte de este proceso que se rubrica en cualquier rincón ahora mismo, es buscándolo, pero a sabiendas de que el encuentro no dependerá de mi búsqueda, porque es un proceso que me rebasa, y en último caso no obedece a mi voluntad personal.
(Columna publicada el 30 de septiembre de 2004.)
No hablo de la ciudad edilicia, municipal y cotidiana, sino de la ciudad poética que tose, y al toser crea escenarios, que son Respuestas. El caminante, atento, escucha tales Respuestas, maravillado.
La ciudad me ha dado todas las réplicas que no supieron darme mis estudios de filosofía, o ningún texto sagrado. La ciudad, más que un enclave físico/demográfico, es tecnología espiritual en estado orgánico, libro vivo, revelación permanente y cambiante, flujo de significados, estupefacción efímera y luminosa, dicha lúdica, mezcla sanguilonenta de causa y azar. Bien le podríamos llamar a esta práctica “urbanomancia”.
Años antes de haber yo nacido, los situacionistas ya hablaban de la “deriva”, y antes de lo situacionistas, los surrealistas se habían encargado de hacer experimentos inquietantes en el seno de la urbe.
La ciudad está negociando todo el tiempo con la verdad. Esta negociación toma lugar en la ciudad misma, y a menudo no se trata de una sola negociación, sino de un sinnúmero de negociaciones, que ocurren simultáneamente.
Al caminante urbanomántico, se le ofrece la oportunidad de ser testigo de esta negociación, y a menudo de formar parte de esta negociación, de ser él también el negociante, o incluso mejor, de ser él mismo lo negociado. La única manera de formar parte de este proceso que se rubrica en cualquier rincón ahora mismo, es buscándolo, pero a sabiendas de que el encuentro no dependerá de mi búsqueda, porque es un proceso que me rebasa, y en último caso no obedece a mi voluntad personal.
(Columna publicada el 30 de septiembre de 2004.)
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