Mixiones (VI)
Trauma de inversión. En los albores de un nuevo período presidencial, y luego de inyectar menuda estridencia en la conciencia pública, lo mínimo que puede hacer el presidente electo es ayudar al habitante común a metabolizar, procesar, digerir y articular toda esa información: el cambio de gobierno, vean, es un hecho bastante traumático. Aquí juega un rol indiscutible la cultura, por supuesto.
Calma y escritura. En momentos de tribulación, nunca olvidar la regularidad horizontal de la escritura. Esa progresiva acumulación de frases –lentitud mineral, oneroso sedimento– me devolverá por fin la cordura. Cada párrafo: un bloque de serenidad y orden. Hay que dejar de existir para tanta duda. Me prometo más escritura.
Niño. Siempre, y a donde sea que vaya, hay un niño. Estoy entonces en el supermercado y hacia allá, viéndome, el niño, nostálgico y objetivo, rubio y hechizado. O simplemente antes de dormir, cuando tengo la cabeza pesada, como embutida y como llena de arena, alcanzo a sentir su presencia a mi lado, es lo último que miro. Es lo último que voy a ver.
Cirugía cosmética. Muchas ganas como de arañarme el rostro, muchas formas muy dolorosas de no saber qué hacer con mi cuerpo. La locura es un exceso de cuerpo. El cuerpo acabará por hacer de mí un animal cuyo pánico es su cuerpo. Jaula revuelta, dactilar, milimétrica, desesperada, y no tardo en llegar a la conclusión: no es exactamente una jaula, una realidad sobrante, superávit, exterior, residuo de la nada que deseo ser; ese/este cuerpo soy aquí. A la sensación general de abatimiento, a la pérdida de ilusión se agrega a ratos cabalmente una ilusión: la ilusión estridente y tramposa de que puedo modificar mi cuerpo, con una droga o con unas tijeras, modificarlo.
(Columna publicada el 27 de noviembre de 2003.)
Calma y escritura. En momentos de tribulación, nunca olvidar la regularidad horizontal de la escritura. Esa progresiva acumulación de frases –lentitud mineral, oneroso sedimento– me devolverá por fin la cordura. Cada párrafo: un bloque de serenidad y orden. Hay que dejar de existir para tanta duda. Me prometo más escritura.
Niño. Siempre, y a donde sea que vaya, hay un niño. Estoy entonces en el supermercado y hacia allá, viéndome, el niño, nostálgico y objetivo, rubio y hechizado. O simplemente antes de dormir, cuando tengo la cabeza pesada, como embutida y como llena de arena, alcanzo a sentir su presencia a mi lado, es lo último que miro. Es lo último que voy a ver.
Cirugía cosmética. Muchas ganas como de arañarme el rostro, muchas formas muy dolorosas de no saber qué hacer con mi cuerpo. La locura es un exceso de cuerpo. El cuerpo acabará por hacer de mí un animal cuyo pánico es su cuerpo. Jaula revuelta, dactilar, milimétrica, desesperada, y no tardo en llegar a la conclusión: no es exactamente una jaula, una realidad sobrante, superávit, exterior, residuo de la nada que deseo ser; ese/este cuerpo soy aquí. A la sensación general de abatimiento, a la pérdida de ilusión se agrega a ratos cabalmente una ilusión: la ilusión estridente y tramposa de que puedo modificar mi cuerpo, con una droga o con unas tijeras, modificarlo.
(Columna publicada el 27 de noviembre de 2003.)
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