Fiambre
La perfumada y decrépita abuela come entonces Fiambre mientras humilla a su nieto, el tonto, en nombre del Más Alto. Al terminar su sermón, un hilillo de vómito le brota involuntariamente desde la comisura de los labios. No hay nada de qué escandalizarse, sin embargo, nada está fuera de lo normal. Estos son los símbolos, estas las profecías, estos los hielos, las redes de tendones de este universo llamado Fiambre, de este pacto llamado Fiambre, hecho con la masa de innumerables seres descuartizados y paginados en un mismo ritual, en una misma ofrenda de miseria. Del piso brotan pequeñas verrugas que perforan los zapatos de los presentes y las plantas de sus pies. Ahora nadie puede levantarse. Todos están sentenciados a comer Fiambre por el resto de la eternidad. Mala suerte, dice el abuelo, mala suerte, va diciendo, mientras ríe a carcajadas y su piel es como la piel de lo más torcido. Todos aportan su propia carne miserable, su pasta desgraciada, a este conjunto de vértigo y sangre y más negrura. Esta es la tradición circular del Fiambre. El carnaval de todas las batallas perdidas. La nietallora por aquel que la dejó y ahora su gusano será un bastardo. Menos mal que el padre sabe consolarla, apretándole un pezón con cierto rencor vindicativo y nacional. El Fiambre tiene eso de excitante. El tonto se golpea la cara una y otra vez, con auténtico placer. O golpea a la muchacha indígena, que se refugia en el rincón, siempre en el rincón, como una primavera de olvido. La madre la mira con asco y desaprobación. El abuelo continúa riendo. En realidad, el abuelo ríe porque planea cómo torturar en el cuarto de atrás al Enemigo. El esposo sigue apretando el pezón de su hija mientras dice a su mujer: sí amor, cómo no amor, exactamente amor, tenés razón amor. Las paredes del comedor están cubiertas de escarcha negra y todo parece multiplicarse en la noche del Fiambre y del Fiambre surge más Fiambre, más odio, toda clase de categorías de disentimiento se desarrollan, continuadas, incontenidas, fractales, en un curtido asqueroso, cromático e infinito. Es un laberinto de Fiambre, y dan pena los que no devoran Fiambre en la tarde gélida y visceral del Fiambre porque el Fiambre es, bajo todos los estándares, la verdadera forma de honrar a los idos y a los que en años anteriores quedaron soterrados en el propio Fiambre. Efectivamente, el Fiambre está hecho de nuestros mismos muertos y es a nuestros muertos a quienes comemos cuando comemos Fiambre. Y el abuelo y la abuela y la hija y su esposo y su hijo y su hija y su tierno gusano engullen Fiambre hasta que todos los hilos y suturas revientan y los intestinos rellenos de heces de esta familia tan nuestra y tan chapina se rompen y fluyen y aportan algo nuevo a la congraciada y tradicional receta del Fiambre, misma que viene repitiéndose de generación en generación, por los siglos de los siglos, Amén.
(Buscando a Syd publicada el 25 de octubre de 2018 en El Periódico.)
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