Génesis
Juegan al fútbol.– Juegan al fútbol con la cabeza de un compadre, orbitalmente, en la cárcel sobrepoblada. La cabeza macheteada del compadre es el super–balón. Al final del partido, la cabeza queda siempre irreconocible, blanda. Queda blanda, queda fea: juegan al fútbol.
Los sabemos culpables.– Ustedes han traído esta maldición a esta tierra. Ya los semáforos han dejado de funcionar, y pronto la angustia caerá sobre nosotros como un tiburón turbio y vivo. Todas las respuestas se apagarán una a una, como se apagan las bombillas de los postes en el alba de los muertos. La sangre se cubrirá de hierba negra, y todo lo demás quedará sin vocación. Es por su cuenta que corre esta cuenta regresiva. Ustedes dicen que no. Pero es inútil: los sabemos culpables.
Génesis.– Se dice que Eva fue concebida de tal o cual costilla. Falso. Eva sacó de su vagina una pequeña serpienteluminosa y la colocó, delicadamente, sobre su mano derecha. En la otra mano, la izquierda, escupió, y de ese escupitajo fue nacido Adán. ¿Qué ocurrió luego? Adán destruyó la serpiente luminosa y destruyó a Eva.
El mutante.– Todos esos leprosos que vienen a lamer mi mano no saben. Jamás sabrán. De vez en cuando aplasto a uno, o dos, cuando estoy harto, o cuando el asco es excesivo. Me aburro mucho, aquí, entre todas estas ruinas, que antes fueron edificios. Me aburro destruyendo. No hay nada más tedioso que la fuerza, o solitario. Estoy solo, en mi poder. Y mi poder está solo en mí.
Ciclovía.– Es de verlos, tan atléticos y designados, en sus bellas bicis de última generación. ¿A dónde, si Roma arde?
El tahúr.– En lo que concierne a mis actividades, todas siempre se reducen a una: apostar. Algo se afirma en mí cuando veo esos caballos vencer y no vencer. Hablo de esos ángeles crinados que rigen mi existencia, y la hacen sangrar. Con ellos me encuentro en un plano casi abstracto, por poco místico. Sin embargo, no hay nada más concreto y carnal que un caballo contra la mañana dura de los perdedores, destruyendo, con sus cascos de fuego, la tierra de la pista y los minuciosos tapices del azar. Este es uno de esos domingos del mes en donde siempre desespero. Cuando hablo de desesperar, no estoy hablando de descuidar las supersticiosas lecciones que acompañan a todo tahúr que se precie de serlo. En efecto, cuando aposto lo hago siempre de cierta específica manera: no vaya a ser que la mala racha empeore. Dicho esto, siempre empeora: el otro día mi esposa me prohibió ver a mi hija y mi arrendador me echó del cuartito donde dormía. ¿Que dónde duermo, por estos días? En cualquier lugar en donde el alba recomiende; el alba, que siempre sepulta algo en mí, y en todos los de mi dramática raza. Pero como digo, no descuido los protocolos, los rituales. Son costumbres sagradas y benignas. Todas, salvo una: no llorar, cuando nunca gano.
Blues del drogadicto.– Jerusalén es una jeringa. Aunque me pusiera todos los abrigos del mundo no dejaría de temblar. Tengo sed, socio: ¿no ves que se acabó el azúcar?
(Buscando a Syd publicada el 12 de abril de 2018 en El Periódico.)
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